Atalaya y tribuna de Manuel Ríos para la reflexión serena. Y desde el primero de julio de 2009, el blog evoluciona a Cartas a Tolico.
viernes, 28 de octubre de 2011
jueves, 27 de octubre de 2011
Cuadrante número 22
Mi querido Tolico:
Hace poco, los
amigos de Vilanova de Arousa me obsequiaron con el número 22 de Cuadrante. De nuevo, mi gratitud por su
atención.
El número 22 de Cuadrante es especialmente extenso y,
como siempre, promete. Acabo de leer el primero de sus artículos, El último año en la vida de don Ramón del
Valle-Inclán, de Manuel Alberca y Joaquín del Valle-Inclán. Un último año
especialmente difícil en la persona de un hombre de setenta años, viejo para la
época, aquejado de neoplasia de vejiga, en puertas del viaje definitivo,
separado, separación que le exigía el desembolso mensual de 2.500 pesetas, con
tres hijos a su cargo en fase de formación, incapaz de escribir por razones de
salud… ¿Año difícil? Mejor podría decirse que ¡imposible!
El artículo recorre
los hitos de esos meses, los altibajos de su mal, los aspectos sobresalientes
de su correspondencia, su fe en la ciencia del doctor Villar Iglesias y el
ingreso en su clínica, los momentos de optimismo y de desesperanza, los
tópicos, la fallida propuesta de su amigo don Victoriano García Martí de
homenajearlo regalándole un pazo, su empeño por completar El trueno dorado…, su lucha a muerte con la muerte y el desenlace
previsible. Y todo ello ilustrado con periodísticas fotografías y
reproducciones de valiosos documentos.
En paralelo, leo en
la edición digital de La Voz de Galicia
que mi amada Pobra do Caramiñal, coincidiendo con el 75 aniversario de la
muerte de don Ramón y en colaboración con varias instituciones, programa y
ejecuta un rosario de actos en memoria de Valle-Inclán. Chapó por la
iniciativa. Lástima que este egregio gallego universal no haya sido objeto de
ese merecido homenaje hace tres cuartos de siglo y aún antes.
Y, también en
paralelo, leo que Unamuno acaba de ser rehabilitado como concejal de Salamanca,
honor del que fue despojado en 1936. ¡También 75 años después del despojo y de
su muerte!
¿Qué nos sucede a
los seres humanos? ¿Dónde radica nuestra incapacidad para reconocer la talla
intelectual de hombres como Valle o Unamuno?
Como colofón, mi
querido Tolico, reflexiona en torno a este pensamiento de don Miguel: «Somos
padres de nuestro porvenir y no hijos de nuestro pasado», a lo que yo me
pregunto si, tal vez y a la vez, somos hijos de nuestro pasado y padres de
nuestro futuro.
miércoles, 26 de octubre de 2011
martes, 25 de octubre de 2011
lunes, 24 de octubre de 2011
domingo, 23 de octubre de 2011
jueves, 20 de octubre de 2011
martes, 18 de octubre de 2011
«Cuando la ley es injusta, es peor que un ladrón callejero» (Federico II)
El molino de la discordia.
Mi querido Tolico:
A la imparcialidad
de la Justicia alemana, con mayúscula, y a la fe de los alemanes en ella en
tiempos de Federico II ya nos hemos referido en otro momento en esta atalaya.
Profundicemos un poco en la curiosidad.
En la entrada
anterior glosábamos las espléndidas construcciones realizadas por Federico II
en Potsdam. La residencia de verano, un magnífico palacio, situada en el
entorno de la fabulosa plantación de vides e higueras a que nos referimos
entonces, se halla levantada frente al molino de Mühler Grävenitz. En realidad,
el rey quiso levantar su palacio en la ubicación del molino, pero el molinero
se negó a vendérselo. Imagino la sorpresa y el mal humor del monarca,
acostumbrado a realizar su voluntad; así que intentó persuadirlo haciéndole saber que podría «retirarle» la propiedad, a
lo que el molinero le respondió que «Por supuesto, cuando en Berlín no exista
tribunal a donde yo pueda acudir».
Y Federico II
desplazó el lugar de construcción del palacio. Cuentan las crónicas que el rey
ayudó al molinero en momentos difíciles y le exoneró de pagar impuestos en esas
coyunturas. Y siguen refiriendo las crónicas que, años después, ante una
peripecia semejante a la vivida por Federico II, unos jueces fallaron a favor
de un noble y en contra de un molinero. Enterado el rey, Federico II «canceló
la orden y envió a los jueces responsables de todas las instancias a los
calabozos de Spandau», y pronunció el mensaje que recojo en el título de la
entrada.
Y yo, mi querido
Tolico, no puedo evitar preguntarme: ¿Cuántas leyes y normas injustas nos
oprimen? ¿Cuántos jueces deberían conocer Spandau?
lunes, 17 de octubre de 2011
Y Federico II creó el invernadero
Mi querido Tolico:
A escasa media hora
de viaje en automóvil desde Berlín se halla Potsdam. Aparcamos en las
inmediaciones de Brandemburger Straβe en busca de la oficina de turismo, y la
primera impresión es que llegamos a una ciudad acogedora. Es domingo, la mañana
resulta soleada, espléndida, y la calle Brandemburger, peatonal, acoge una
especie de Rastro madrileño agradable de recorrer.
Igual que escribimos
cuando nos referíamos a Berlín, éste es también otro mundo. En la oficina de
turismo adquirimos, o sea, pagamos, un folleto turístico algo mayor que un DIN
A3 impreso a color por las dos caras conteniendo curiosidades en torno a la
villa redactadas en castellano (dos euros). Y la inmediata reflexión: España,
¿potencia turística? Pues, tal vez deberíamos repensarnos.
Potsdam ha cumplido
más de mil años de existencia, es
conocida como el Versalles prusiano
por sus espléndidos palacios, y en el verano de 1945 acogió a Stalin, Churchil
y Truman, que allí administraron la victoria.
Federico II tenía debilidad por Potsdam, su residencia preferida, hecho que resulta perfectamente comprensible cuando visitas sus palacios. De ellos, atrajo particularmente mi atención su residencia de verano, otra preciosa joya arquitectónica. Situada en la cima de una pequeña colina, desde esa cima se desciende a través de dilatados escalones en los que el monarca, además de plantar vides, practicó oquedades en la vertical del escalón y en ellas plantó pequeñas higueras que protegió con puertas de hierro acristaladas que alivian al frutal de la adversa climatología: así consiguió respetable y admirada cosecha de higos. He aquí que Federico II, tal vez sin proponérselo, revolucionó el cultivo agrícola poniendo en marcha el que yo supongo el primer invernadero de la Historia.
domingo, 16 de octubre de 2011
jueves, 13 de octubre de 2011
Saturación
Mi querido Tolico:
Incapaz de seleccionar una o dos noticias, me echo al monte.
95 años después, «Manólogos», con Nebra
Pero, ¿no gozábamos del más saneado sistema bancario?
Incapaz de seleccionar una o dos noticias, me echo al monte.
95 años después, «Manólogos», con Nebra
Pero, ¿no gozábamos del más saneado sistema bancario?
¿Democracia?
¿Justicia tres años después?
¿Error?
Y vuelta al derroche
miércoles, 12 de octubre de 2011
lunes, 10 de octubre de 2011
domingo, 9 de octubre de 2011
jueves, 6 de octubre de 2011
miércoles, 5 de octubre de 2011
«Cambiaría toda mi tecnología por una tarde con Sócrates» (Steve Jobs)
Mi
querido Tolico:
He de
confesar humildemente que mi curiosidad por Steve Jobs deriva de la admiración
que le profesa nuestro colega Asier. El señor Jobs, como otros gurús de entre
siglos, nos acompañó en comidas y cenas y sigue siendo referencia en multitud
de conversaciones familiares. Percibiendo su evolución, cuando leí que abandonaba
la responsabilidad de dirigir Apple, tuve la convicción de que su tiempo se
halla tasado, y lo lamento.
Su
sucesor en la empresa presentó ayer el iPhone 4S y no pude evitar acordarme de Steve
Jobs, un soñador, un iluminado…, hasta dicen que un déspota. Veinte años atrás,
Laurene, su hoy mujer, «Dijo que sí» a la invitación a cenar formulada por este
visionario. Y hoy, ella y los tres hijos en común son el áncora de salvación de
este hombre de vida agitada, multimillonario desde los veinticinco años y
espejo en que se miran cientos y cientos de seres humanos de la aldea global
que aspiran a abandonar el anonimato.
Cierro
los ojos, pienso en la evolución física de Steve Jobs en los últimos tiempos,
especialmente su extrema delgadez y su rostro huesudo y descarnado, y me
pregunto qué sugerencias formulará a sus hijos (20, 16 y 14 años) y a su otra
hija.
¡Larga
vida, señor Jobs!