martes, 11 de agosto de 2009

«Casa do Arco», en Laxe, o «sostenella y no enmendalla»

Santa María da Atalaya. Laxe
Santa María da Atalaya. Laxe.


Mi querido Tolico: Recuerdas que el pasado verano recorrí la Costa de la Muerte con la intención de recoger la experiencia en un libro, un libro del viaje. Pues bien, estas vacaciones de estío la hemos recorrido en familia, pero, en esta ocasión, en viaje de placer. ¡Qué delicia! Debería resultar obligatorio viajar allí, al menos, una vez en la vida.

Acabamos de volver, y como contrapunto a la satisfacción que nos embarga, un borrón, un borrón en Laxe. ¡En Laxe! Mi amada villa de Laxe, la de la primera industria de caolín, la de Santa María da Atalaya, la de Santa Rosa, la del Trinacria, la del capitán Guillermo Novell y el Adelaide, la de la playa dos Cristales, la del faro, la de la playa surfista de Soesto, la del pazo de Leis, la de Santiago de Traba, la de la ciudad hundida de Valverde, la de…; en una palabra, reitero, ¡mi amada villa de Laxe! Pues bien, en Laxe, en mala hora fuimos a comer a la Casa do Arco. Mientras dábamos tiempo a que la cocina preparase el plato principal, pedimos una ración de jamón, y se nos sirvió una bandeja de producto en la que la «grasilla» representaba, al menos, y no te exagero, Tolico, la mitad, algo inadmisible en un establecimiento de su precio.

Percibiendo como subía la bilirrubina de tu colega, tu Olivo se me adelantó e hizo ver la realidad de la realidad a la persona que nos atendía. Un rato después, la fuente de «grasilla» salpicada de briznas de jamón era sustituida por un platito de jamón acompañado de una dosis de grasa excesiva para mi gusto pero seguramente que dentro de los cánones, y la justificación de la persona que nos servía en el sentido de que lo mejor y los más sabroso del jamón de bellota es la «grasilla», a lo que acabé replicándole, después del correspondiente encasquillamiento en nuestras respectivas trincheras, que cuando quisiéramos disfrutar de la «grasilla» pediríamos tocino, pero cuando encargamos jamón, esperamos saborear jamón y no «grasilla».

El solomillo y la doble parrillada de pescado estuvieron a la altura de su precio. Mientras los disfrutábamos, comentamos la procedencia de contarte el marrón, y como un camarero y unos comensales de la villa se percatasen de la conversación, el dueño del establecimiento se acercó para intentar convencernos de nuestro error y de su profesionalidad. Ya ves, Tolico: una vez más, sostenella y no enmendalla.

En este punto, no puedo evitar acordarme de nuestro último viaje a Londres. En un establecimiento de comida italiana, como se retrasaran en servirnos, nos pidieron disculpas humildemente y, como compensación, nos ‘forzaron’ a aceptar graciosamente el postre que eligiéramos. Como puedes apreciar, cuestión de talante.

Mi querido Tolico: volveremos a Laxe, volveré a Laxe, a esa villa que admiro, siempre que las circunstancias me lo propicien, pero no esperes encontrarme en la Casa do Arco, al menos a iniciativa propia.