
Cuando sucedió el hecho tuve claro que debía traerlo al blog. Sin embargo, de modo consciente o tal vez inconsciente, fui retrasándolo, pero, después de casi dos meses y medio, éste es el día.
Riveira es una de las ciudades que amo; en ella cursé mi sexto curso de Bachillerato, recuerdo con afecto y gratitud a los profesores que me formaron, hice amigos, de los que conservo varios… y tuve relación con la lonja, donde conocí y traté al fundador de la Marisquería García: Así que, cuando el ocho de agosto, fecha de aniversario familiar, nos encontrábamos en Riveira, fuimos a comer a este establecimiento, y lamento decir que en mala hora porque nos aguó la celebración, mi querido Tolico. Ya sé, amigo, que tú quieres datos, detalles, información. Pues ahí van: el coste de la comida en Marisquería García fue superior al que abonamos por esas fechas en los paradores nacionales de Verín y Puebla de Sanabria para almuerzos equivalentes; pero, no te engañes, que no me quejo del precio. Vivimos en un mundo de economía libre y el usuario tiene expuesta la carta y sus precios a la entrada del restaurante, con lo que suya es la decisión de entrar o buscar alternativa. No, Tolico, no me quejo del precio, sino de la falta de relación precio-calidad del servicio. Únicamente dos señoritas atendían el negocio, una en la cocina y otra sirviendo, con lo que el almuerzo se nos prolongó por espacio de dos interminables horas. Las servilletas, ignoro si por la calidad de la tela o por los años de uso, eran trapitos, no nos ofrecieron las típicas servilletas húmedas para utilizar después de tomar el marisco…, y lo más penoso: resulta imperdonable que en un primerísimo puerto pesquero como es Riveira se nos sirviera un bacalao como el que se nos sirvió; ¡y el feo de cobrarnos los chupitos, caña de hierbas de garrafón! No necesito verte, mi querido Tolico, para saber que te estás preguntando si puedo decir algo en positivo. Pues sí, el solomillo estuvo a la altura de su caché.
Como conclusión, te digo que no me busques en Marisquería García porque no volveré por allí, al menos a iniciativa propia.