Mi querido Tolico:
En mi peregrinar nocturno, leo en un digital que «La revuelta socialista contra la reforma de las pensiones fue más grave de lo que se ha contado». Y no puedo evitar que se me encienda la luz. Hoy hemos celebrado la típica y tópica comida de trabajo navideña en un restaurante familiar del barrio de Chueca. Al acceder al establecimiento, varios compañeros se percataron de la presencia de Joaquín Leguina y de un par de hombres públicos más a su mesa. Y cuando nos acomodamos, no faltó quien destacase la actitud crítica del político con el líder y cabeza de su partido, y uno, que ya ni canas peina, no pudo evitar recordar que el probo representante ciudadano votó siempre en el Congreso según la consigna marcada por los suyos, que a la hora de apretar el botón —que yo conozca—, jamás pulsó el de la disidencia. Y es que, además de parecer, es preciso ser.
Almorzamos regados con tinto mencía del Bierzo criado en barrica de roble y paladeamos orujo de garrafón, y, cuando el espíritu se impregnó suficientemente de vapores etílicos, no faltó quien entonase el Adeste fideles. Mientras sonaban sus acordes en el ambiente, el político evolucionó a nuestro lado en dirección a los servicios y musitó: «Alguien desafina».
Te aseguro, Tolico, que me apresuré a anotar los dos términos, «Alguien desafina», y me quedé pensando, reflexionando…