domingo, 8 de agosto de 2010

De nuevo, la experiencia persa


Puerta de Ishtar. Museo de Pérgamo, Berlín. Imagen de Wikipedia.

Mi querido Tolico:

Con algo más de veinte años, Darío, tras un golpe de Estado, se convierte en el rey del mundo de la época, el rey del imperio persa, un vasto imperio en el que, de cuando en cuando, alguna ficha del rompecabezas asoma de modo reivindicativo, hecho que los persas reprimen sin piedad. Pero, he aquí que, un buen día, quien intenta recuperar la independencia es nada más y nada menos que la ciudad de Babilonia, sometida por Ciro dos decenios atrás. A la sazón, Babilonia es la capital del mundo. La mayoría la recordamos por la jardines colgantes; pero, además, es la capital del universo, la ciudad más dinámica, la más comercial, la más culta, la más preparada, la más sagaz, la… Babilonia se halla rodeada por un profundo foso que lame una imponente muralla de varios metros de altura y por cuya cima podía rodar un carro arrastrado por una fila de cuatro caballos. Pues bien, en silencio y sin que trascendiera, Babilonia se preparó para un prolongado asedio y, cuando decidió pasar a la acción, estranguló a decenas de miles de sus mujeres para evitar que consumieran parte de las reservas acumuladas, y, con las ocho puertas convenientemente atrancadas, declararó su independencia.

De inmediato, Darío asedia la ciudad con un ejército impresionante, pero los babilonios, seguros de sí mismos, se mofan del rey y de sus tropas.

Después de casi dos años de asedio, Darío se siente vencido: le resulta imposible recuperar Babilonia, pero no puede aceptar el deshonor y el oprobio de volver derrotado a casa. En semejante cavilación, el hijo de un notable persa le presenta un plan arriesgado que, si sale bien, cual áncora de salvación, le permitirá recuperar la díscola Babilonia. Y Darío lo acepta.

Zópiro, el muñidor, se corta nariz y orejas, rasura su cabeza al cero y ordena que lo azoten. Hecho una piltrafa, se pasa a los babilonios fingiendo que Darío lo ha torturado, y prometiendo hacerle todo el daño que pueda.

Unos días después, Darío conduce a una de las puertas a sus mil hombres más débiles, y Zópiro, con una guarnición, se los merienda. Una semana después, Darío envía a otros dos mil pobres hombres, y Zópiro los pasa a cuchillo: Babilonia lo ensalza como héroe y salvador. Pasan otros cuantos días y Darío le envía a cuatro mil desgraciados, que perecen bajo el ansia babilonia. Cuenta los sacrificados, Tolico: mil, más dos mil, más cuatro mil hacen siete mil persas eliminados. Los babilonios se sienten honrados de nombrar a Zópiro responsable de la seguridad de Babilonia.

Y unos días después, como Zópiro y Darío habían convenido, Zópiro abre las puertas para que Darío recupere la ciudad talismán. Como puedes imaginar, Tolico, Darío demolió las murallas, y, además, empaló a tres mil babilonios, los más señalados, y nombra gobernador vitalicio a Zópiro. Sus siete mil hermanos de raza sacrificados pasaron a la pequeña o gran historia como el mal menor, como los efectos colaterales a que aludió un preboste de nuestros días.

Estoy seguro, colega, de que, desde tu ubicación, cierras los ojos y te preguntas si la historia se repite una vez más, si el sistema sacrifica a los más débiles para mayor gloria de… Permíteme, querido Tolico, que ponga puntos suspensivos y que haga votos para que mi locura amanezca en mal sueño, en pesadilla.

martes, 3 de agosto de 2010

En torno a la competitividad

Imagen de Wikipedia.

Mi gratitud a Lali y a Jorge por sus aportaciones, y mi bienvenida a los nuevos lectores del blog que llegaron a él a través de Desde la Costa de la Muerte y repiten visita. Gracias a todos. Y ya, el post.

Querido Tolico:

Desde el Congreso, un grupo de padres de la patria acaba de prestar un servicio impagable al mundo de la empresa. Como consecuencia, ofende ver todavía la ‘O’ de ‘Obrero’ en el nombre del partido que desgobierna España; si Pablo Iglesias levantara la cabeza, se escondería avergonzado y expulsaría a vergallazos (modalidad de latigazos) a los profanadores del palacio de la Carrera de San Jerónimo. Derechos de los obreros ganados a pulso por generaciones de luchadores se van al traste por la acción de unos y la orquestada abstención de otros: unos y otros acaban de ganar a pulso el derecho a pudrirse. Pues, ¡que se pudran! Pero a los primeros momentos del segundo asalto a los derechos ciudadanos ya le dediqué una entrada y no quisiera cansar a los lectores repitiéndome; de modo que, giro el prisma y afronto una nueva cara del asunto.

¡Cuántas veces los medios de comunicación —yo diría que en orquestada campaña— insisten en la idea de que carecemos de competitividad! Créeme, colega, si te confieso que en múltiples ocasiones reflexioné al respecto. Y estoy persuadido de que si pidiéramos a un español medio que se compare profesionalmente con un trabajador de un país de Europa occidental, no creo que nos sintamos menos capaces, ni que seamos menos capaces.

Y el sistema, erre que erre, que debemos trabajar más y cobrar menos. Una anécdota, Tolico: el pasado invierno necesité adquirir un pequeño destornillador con el que purgar los radiadores. Compré dos por un euro en una tienda de las llamadas de los chinos. ¿Calidad del artículo? Discreta y, por supuesto, no profesional, pero más que suficiente para el uso que yo necesitaba darle. ¿Podemos competir con la producción realizada en China? Espero que no nos veamos en esa necesidad porque los trabajadores chinos perciben un salario diario de entre uno y dos euros, y me dicen que carecen de todo beneficio social (escucho hoy en la radio que el trabajador español, acusado hasta la saciedad de absentista, se niega a aceptar la baja que le ofrece el médico por temor a las represalias de la empresa). ¿Podemos competir con los chinos? Estamos volviendo a la alpargata y quieran los hados que no debamos caminar descalzos de nuevo.

No me llames extremista, Tolico, que, hace unos meses, se publicó en todos los medios que la planta aragonesa de una automovilista alemana es la más eficiente de la empresa, y no vi desmentido en sitio alguno.

¿De verdad no somos competitivos? No puedo creer que seamos menos hábiles o menos trabajadores que los ciudadanos franceses, alemanes, suecos… Bien pudiera suceder, no obstante, que no poseamos cultura de formación permanente (en muchos casos dentro del horario laboral en esos mundos de Dios) y que las nuevas tecnologías y los idiomas no hayan penetrado suficientemente en los tejidos estatal, empresarial y productivo. Pero esto es claramente superable, y, a lo mejor, deberíamos replantearnos la globalización y pensar en la necesidad de establecer aranceles cuando la competencia desleal así lo demande, pero, de tontos y de faltos de competitividad, nada de nada: que no nos engañen.