Puerta de Ishtar. Museo de Pérgamo, Berlín. Imagen de Wikipedia.
Mi querido Tolico:
Con algo más de veinte años, Darío, tras un golpe de Estado, se convierte en el rey del mundo de la época, el rey del imperio persa, un vasto imperio en el que, de cuando en cuando, alguna ficha del rompecabezas asoma de modo reivindicativo, hecho que los persas reprimen sin piedad. Pero, he aquí que, un buen día, quien intenta recuperar la independencia es nada más y nada menos que la ciudad de Babilonia, sometida por Ciro dos decenios atrás. A la sazón, Babilonia es la capital del mundo. La mayoría la recordamos por la jardines colgantes; pero, además, es la capital del universo, la ciudad más dinámica, la más comercial, la más culta, la más preparada, la más sagaz, la… Babilonia se halla rodeada por un profundo foso que lame una imponente muralla de varios metros de altura y por cuya cima podía rodar un carro arrastrado por una fila de cuatro caballos. Pues bien, en silencio y sin que trascendiera, Babilonia se preparó para un prolongado asedio y, cuando decidió pasar a la acción, estranguló a decenas de miles de sus mujeres para evitar que consumieran parte de las reservas acumuladas, y, con las ocho puertas convenientemente atrancadas, declararó su independencia.
De inmediato, Darío asedia la ciudad con un ejército impresionante, pero los babilonios, seguros de sí mismos, se mofan del rey y de sus tropas.
Después de casi dos años de asedio, Darío se siente vencido: le resulta imposible recuperar Babilonia, pero no puede aceptar el deshonor y el oprobio de volver derrotado a casa. En semejante cavilación, el hijo de un notable persa le presenta un plan arriesgado que, si sale bien, cual áncora de salvación, le permitirá recuperar la díscola Babilonia. Y Darío lo acepta.
Zópiro, el muñidor, se corta nariz y orejas, rasura su cabeza al cero y ordena que lo azoten. Hecho una piltrafa, se pasa a los babilonios fingiendo que Darío lo ha torturado, y prometiendo hacerle todo el daño que pueda.
Unos días después, Darío conduce a una de las puertas a sus mil hombres más débiles, y Zópiro, con una guarnición, se los merienda. Una semana después, Darío envía a otros dos mil pobres hombres, y Zópiro los pasa a cuchillo: Babilonia lo ensalza como héroe y salvador. Pasan otros cuantos días y Darío le envía a cuatro mil desgraciados, que perecen bajo el ansia babilonia. Cuenta los sacrificados, Tolico: mil, más dos mil, más cuatro mil hacen siete mil persas eliminados. Los babilonios se sienten honrados de nombrar a Zópiro responsable de la seguridad de Babilonia.
Y unos días después, como Zópiro y Darío habían convenido, Zópiro abre las puertas para que Darío recupere la ciudad talismán. Como puedes imaginar, Tolico, Darío demolió las murallas, y, además, empaló a tres mil babilonios, los más señalados, y nombra gobernador vitalicio a Zópiro. Sus siete mil hermanos de raza sacrificados pasaron a la pequeña o gran historia como el mal menor, como los efectos colaterales a que aludió un preboste de nuestros días.
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