Mi querido Tolico:
Como sabes, en el transcurso del verano de 2008 recorrí la
Costa de la Muerte y pegeñé el correspondiente relato, de descarga directa
desde esta web. Vuelvo a él, al apartado que dedico al nuevo cementerio de
Fisterra y releo:
Dejo Santa María y el
cementerio anexo y avanzo en dirección al faro por una buena carretera. El ir y
venir de romeros y automóviles es constante: no resulta en vano que Compostela
y Fisterra son los dos enclaves gallegos que reciben mayor número de
visitantes. Un poco más adelante, me desvío a la izquierda camino del nuevo
cementerio. Mientras me acerco, viene a mi memoria lo que Valle pensaba del
cierre de los camposantos: ¿para qué levantarlo si los que están dentro ya no
pueden salir y los que se hallan fuera
no tienen interés alguno por entrar? César Portela debe de haberlo
tomado al pie de la letra porque aquí, mirando al mar, ha plantado
estratégicamente una colección de catorce cubos de cemento de doce tumbas que
forman este nuevo cementerio, un cementerio atípico, sin valla de cierre,
originalísimo, delimitado
únicamente por la falda del monte, el mar, el cielo y las sombras y los
fantasmas de cada cual. ¿Cómo es posible tanta sencillez y tanta innovación a
la vez? ¿Percibirá el fallecido que va a ser enterrado mirando al mar
tenebroso? A cambio, seguramente que esa proximidad facilitará la tarea al
barquero Caronte. En este cruce de caminos marítimos, ¿dónde está el camino?, ¿quién
lo traza?
La triste realidad es que la obra de César Portela ya
cumplió diez años, es visitada por curiosos y admiradores de su trabajo
llegados de todos los puntos cardinales, pero todavía no ha sido estrenada. ¿La
razón? Carece de agua corriente —a pocos metros, toneladas de agua salada—, y de
suministro eléctrico. Y tú, Tolico, seguro que no entiendes nada, igual que yo
y que tantos miles de peregrinos, especialmente si tomamos en consideración que
el faro de Fisterra, el del fin del viejo mundo, visto así por Asier desde las inmediaciones
del cementerio
sí dispone de esos servicios.
En medio de este marasmo, en este sinsentido, he aquí que
Santiago, un peregrino del centro del país, okupa un nicho y hace del camposanto su reino. ¡Vivir para ver!
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