Hace
unas horas recibo la llamada de mi admirado H. recordándome que llevo dos meses
sin actualizar Manólogos. Gracias,
amigo, por hacérmelo presente; pero, es tanta la inmundicia que nos invade que no
creo que Internet lo soporte. No obstante, no quisiera defraudarte, y voy con una
nueva entrada.
Creo
que nadie me discutirá que una de las plazas más universales de la aldea global
en que vivimos es la del Obradoiro. Está delimitada en uno de sus lados por el
Hospital Real, hoy Hostal de los Reyes Católicos, espléndido hotel de lujo. Este
viejo hospital de peregrinos debe su existencia a la acción de los Reyes Católicos
que, tras la impresión que vivieron al contemplar el estado de los peregrinos
que alcanzaban Compostela, lo fundaron y dotaron. Admira su portada,
plateresca, minuciosa, detallista, casi un retablo en piedra; fíjate en la cadena
que lo rodea, de mediados del siglo XVI. Estas cadenas se asocian con el
derecho de asilo y la especial jurisdicción de que gozó: un delincuente solo
podría ser juzgado por el administrador del centro si conseguía entrar en él o,
simplemente, tocar sus cadenas.
Imagen de Wikimedia.
Puedo
imaginar tu gesto de sorpresa buscando la relación entre los políticos presuntamente
corruptos, siempre presuntamente, asidos al sillón de sus entretelas, como reza
la canción, y las cadenas del viejo hospital de peregrinos. Cuentan las
crónicas el caso de un desgraciado que sucumbió a la tentación de robar al
capellán del Real Hospital, con lo que, descubierto, fue conducido a la cárcel; pero,
he aquí que, casi milagrosamente, consiguió escapar; capturado, recibió cien
azotes por huir, debió restituir lo robado y, además, en castigo por ladrón,
recibió otros cien azotes y perder las orejas, que le fueron sajadas a continuación
de recibir los doscientos azotes. Si estos y todos los presuntos que nos llevaron al abismo en que nos encontramos vivieran
en sus carnes el efecto de la especial jurisdicción del viejo hospital, seguro
que otro gallo nos cantaría.