martes, 27 de julio de 2010

La parábola de Ciro

Tumba de Ciro. Imagen de Wikipedia.

Mi querido Tolico:

Los persas de la antigüedad clásica, bajo el cetro de Ciro (Ciro II el Grande), fueron los dueños del mundo conocido de la época. En realidad, para que esta aseveración sea real debo escribir que a falta de conquistar un país-tribu, los maságetas, en las estepas del Asia profunda. Y el gran Ciro puso manos a la obra. Utiliza el ardid de pretender en matrimonio a Tomiris, la reina de los maságetas, pero ella se da cuenta de la estratagema y lo rechaza. Ciro, entonces, le declara la guerra y pone en marcha una abrumadora expedición: columnas de soldados, animales y máquinas para la batalla; vencen desfiladeros en las altas montañas, atraviesan desiertos, caminan por estepas sin fin…, y el monumental ejército es diezmado por la naturaleza, con soldados despeñados, muertos de sed, perdidos en la estepa… En medio de semejante desolación, sólo Ciro viaja con comodidad, con tanta comodidad como muestra este botón: le sigue una recua de carros tirados por mulas que trasladan vasijas de plata que portan agua hervida, naturalmente que custodiadas con solicitud. Los soldados se mueren de sed al lado de carros llenos de agua hervida y fresca. Hasta aquí quería llegar, Tolico. Satisfago tu curiosidad: Ciro sufre una derrota épica y Tomiris le corta la cabeza.

Y no me preguntes por la parábola, amigo, que salta a la vista: por efecto del paro, de la deuda generada por dilapidar alegremente lo que no tenemos, por la congelación de las pensiones, por los recortes salariales, por la pérdida de derechos…, el grueso de la ciudadanía, la que de verdad mantiene el sistema, vive despeñada, muerta de sed y perdida en la estepa mientras la casta política mantiene el agua hervida en vasijas de plata. ¿A qué esperan nuestras Administraciones para aplicar de verdad las tijeras a los gastos suntuarios? Estoy persuadido de que, solamente con eso, remontaríamos el vuelo.

lunes, 26 de julio de 2010

De madrugada, en «La Estrella Polar», de COPE, con José Javier Esparza y su equipo


Querido Tolico:

En Desde la Costa de la Muerte, escribo: … al anochecer, la costa gallega enciende un rosario de solitarias y melancólicas estrellas parpadeantes que orientan al marino en ese permanente cruce de caminos que es la mar océana. ¿Premonición? Porque, el pasado jueves día 22, en ese permanente cruce de caminos que es la radio nocturna, Desde la Costa de la Muerte recaló en una estrella singular, en La Estrella Polar, de COPE, programa dirigido por José Javier Esparza. Con él y con su equipo tuve el honor de departir distendidamente unos minutos. Ésta fue la conversación:





Gracias a José Javier Esparza, a Almudena, a Laura, a Pedro, a Nico y a Lola.

jueves, 22 de julio de 2010

«… es imposible detener el tiempo» (Kapuściński)

Benarés. Imagen de Wikimedia.

Gracias a Pato por su continuidad y por su comentario, especialmente cuando se refiere a Londres como ciudad cautivante y ya sin lugar para Jack el destripador.

Mi querido Tolico:

¡Resulta imposible detener el tiempo!, escribe Kapuściński en Viajes con Heródoto. Estoy seguro de que piensas que Kapuściński no descubre la piedra filosofal, pero, por favor, léelo serenamente y reflexiona en torno a su pensamiento. Desde Delhi, Kapuściński se dirige a Benarés y, ¿qué descubre? Mientras los peregrinos del Camino de las Estrellas siguen los pasos del sol hasta observar su desaparición en Fisterra engullido por el mar tenebroso, Kapuściński, en una de las orillas del Ganges, en unas escaleras de piedra, cual fiel testigo, aguarda a que salga el sol, igual que cientos, tal vez miles de ciudadanos indios, a la espera, ¿de qué? Y a propósito del hecho, escribe:

En efecto, todavía era noche cerrada cuando la gente ya había empezado a dirigirse hacia el río. Personas solas. En grupo. Clanes enteros. Auténticas columnas de peregrinos. Tullidos con muletas. Ancianos reducidos a meros esqueletos, llevados a hombros por hombres jóvenes. Otros, sin nadie que les ayudase, exhaustos y hechos un amasijo de carne enferma, se arrastraban a duras penas por un asfalto maltrecho y lleno de agujeros. Junto a las personas caminaban vacas y cabras, así como perros palúdicos, en puros huesos. Al final, también yo me uní a aquel extraño misterio.

Una vez más, Tolico, los extremos se tocan.

lunes, 19 de julio de 2010

domingo, 18 de julio de 2010

La vida se mide…


Querido Tolico:

Me siento en la obligación conmigo mismo de escribir unas líneas de consuelo a una familia afligida por una pérdida triste e irreparable. Además de recordarle una reflexión de Azorín («… nuestro vivir […] es un combate inacabable…»), desde aquí reafirmo al autor anónimo que establece que «La vida se mide por los momentos que nos quitan el aliento».

jueves, 15 de julio de 2010

El Londres de Camba, un siglo después

Portobello

Arte callejero en Portobello. Imagen de Asier Ríos.

Mi querido Tolico:

Como sabes, hace unos meses disfruté de Londres en familia. Me dejé acompañar de Londres, volumen que recoge los artículos escritos por Julio Camba desde la capital del Reino Unido hace este año un siglo, y que releí in situ. Al alba, también allí, pergeñé las notas que transcribo:


De visita en la pérfida Albión, releo Londres, recopilación de 82 artículos que Julio Camba escribe en 1910 desde la capital que da título al libro. Fruto del contraste de las observaciones realizadas en las caminatas por esta capital y del texto de Camba, se me suscitan unas reflexiones.

Estima el autor que quien desee penetrar en el alma de Londres no debe conocerlo en verano porque se perderá la niebla densa que hace la ciudad impenetrable y misteriosa, húmeda y fría (...aquí no hay sol y la atmósfera está sustituida por una bruma densa, pegajosa y sucia). ¿Pretende usted machacarnos, don Julio? ¡Pero si no hemos dejado de utilizar el paraguas a ratos, con la excepción de un solo día de siete, en plena segunda quincena de agosto!

Observamos Londres en plena efervescencia. Londres sigue siendo el mito, el baluarte del diseño que marcará el rumbo de los gustos de medio mundo. A ello habría que añadir la responsabilidad de organizar los Juegos Olímpicos de 2012 y comprenderemos la vitalidad de la ciudad, una ciudad que no se concede un respiro ni para tomar aliento. Así, observamos una urbe limpia a pesar de la escasez de papeleras, ni una deposición canina, ni una cabina maltratada, ni un toque de claxon...

¿Cuál es la actitud de la gran urbe con los españoles, presentes en ella a millares en estas fechas? Escribe Camba: ... estoy luchando con Londres. Aquí todo le es hostil al español: el idioma, las comidas, las costumbres [...] la ciudad me puede. La hostilidad que describe el autor sigue viva, aunque hoy sea diferente. El desconocimiento del idioma representa una barrera que exige echar mano de todos los recursos; la comida rápida, universalmente extendida, permite sobrevivir unos días; y respecto de las costumbres, si no se tienen obligaciones sociales, no serán motivo de especial preocupación. Con todo, la ciudad es muy suya y ese permanente Look left / Look right (mira a la izquierda / mira a la derecha) grabado en el asfalto de cada cruce no nos deja vivir.

Y los ingleses, ¿cómo son?, ¿sigue vivo el estereotipo? En distintos artículos, el autor pinta a los ingleses como seres fuertes, colorados, tranquilos, ordenados, disciplinados y fríos. Los genes son los genes y pervive algo de todo esto; sin embargo, no vimos un solo bombín, ni una chistera ni un paraguas-bastón.

Profundicemos un poco más. Camba dedica la primera colaboración a glosar la figura del guardia inglés. Se cruza con el primero en la aduana de Newhaven a su llegada al Reino Unido y, después de dedicarle calificativos respetuosos y halagüeños, dice de los guardias que imponen con su presencia y que imponen el principio de autoridad, para acabar consignando que sostienen sobre sus hombros a toda Inglaterra. ¡El principio de autoridad! Hemos visto a poca policía y siempre patrullando en modernos vehículos BMW; seguramente que la no visible se hallaba controlando las grabaciones de los cientos de cámaras de vídeo situadas en las calles, en los aeropuertos y en las estaciones de metro. No nos cabe duda, sin embargo, de que la policía londinense no dispone de tiempo para aburrirse. En un lugar de tanto movimiento como el que ocupan los famosos almacenes Harrods, en apenas unos minutos, dos vehículos realizaban con toda impunidad un giro de 180 grados, maniobra claramente prohibida. Ya se sabe que el sistema perfecto no existe. Pero las autoridades policiales no se andan por las ramas. A la salida de la estación de metro que da acceso a Portobello, uno de los mercados londinenses más populares, un cartel en varias lenguas alerta a los ciudadanos de la presencia de carteristas. Una campaña publicitaria en las marquesinas de las paradas de autobús recuerda a los ciudadanos que si se emborrachan y cometen desórdenes serán arrestados y multados con 80 libras (unos cien euros). En un precioso paseo a lo largo del Támesis, de trecho en trecho, aparece sujeto a la barandilla un salvavidas; un cartel sensibiliza a la ciudadanía respecto de que aquel artilugio puede salvarle la vida y le advierte de que si lo sustrae será multada con hasta 5.000 libras y/o encarcelamiento. Y en Kensington, un muy importante barrio residencial, un contundente cartel sujeto a un semáforo pretende atemorizar a los amigos de lo ajeno recordándoles que “... la policía opera en esta zona”. ¡El principio de autoridad! ¿Aprenderemos alguna vez?

En otro artículo, nuestro paisano reflexiona en torno a si nuestro porvenir se halla en europeizarnos evolucionando hacia las actitudes inglesas o hacia las alemanas, y concluye: Yo creo que nuestro porvenir de españoles está en hacernos españoles. Pero, ¿qué es ser español? Ortega nos ayudaría a responder. Cien años después continuamos igual de lúcidos.

¿Cuál fue el sentir del maestro hacia la mujer? En varios artículos aplica incisivo y mordaz su acerado bisturí al asunto y se refiere a Londres como el foco del feminismo universal. Como contrapunto, en su artículo La tutela femenina. Un ama de llaves constitucional realiza un encendido elogio de la capacidad de la mujer para administrar y ahorrar, y, como consecuencia, plantea que deberían ser ellas quienes se encargasen de la gobernación del Estado; se declara partidario de una administración exclusivamente femenina en la que permitiría al varón alborotar y mitinear mientras la mujer administra, calma, niega y resiste. ¿Sería tal la capacidad de anticipación de Camba como para prever la existencia de Margaret Tatcher o Ángela Merkel? ¿O, tal vez, pensaría en la cuota?

En El verdadero peligro amarillo. Los mestizos aumentan, don Julio reflexiona en torno al horror inglés respecto del mestizaje en las colonias y no digamos en la metrópoli. Hoy, el mestizaje étnico y cultural es una realidad constatable nada más poner pie en el aeropuerto. En las escuelas de primaria londinenses pueden escucharse ¡más de 180 lenguas diferentes! También en asunto tan delicado, hace casi cien años, Camba volvió a anticiparse y a hacer diana al estimar que, según pase el tiempo, las diferencias esenciales entre los pueblos desaparecerán debido a la inmediatez de las comunicaciones, a la globalización del comercio, a la uniformidad de la comida y al intercambio de meretrices. ¡Y nosotros con estos pelos! Algún día después, y a propósito del esperanto, nuestro autor refiere la actitud de un inglés, un francés, un alemán, un ruso, un chino y un español cuando una mosca cae en sus respectivos vasos de cerveza; como las reacciones fuesen distintas y aun contradictorias, concluye que el sueño de los esperantistas es una quimera porque aunque todos los hombres tengamos un idioma común, las moscas nos inspiran siempre sentimientos distintos. El día que Camba escribió el artículo debió de ser típico y tópico de invierno londinense porque concluye preso de un vago sentimiento de tristeza por carecer de ilusión bastante para creer en el esperanto y en la Humanidad.

Cien años después, ¿cuál sería la visión que de Londres nos trasladaría Julio Camba?

miércoles, 14 de julio de 2010

En torno a los sindicatos


Mi querido Tolico:

No quisiera alardear, pero soy capaz de adivinar tu pensamiento. Te preguntas a santo de qué traigo a colación asunto tan comprometido, ¿a qué sí? Ya sabes que más a menudo de lo que debiera, sin saber cómo, me meto en charcos… Así que, ¡de cabeza!

¡Los sindicatos! ¡Con la pérdida de credibilidad que experimentan ante la sociedad en los albores del siglo XXI! Pero, ¡resultan imprescindibles! ¿Imaginas la orfandad y el desamparo del trabajador solo en su soledad ante la omnipotencia de la empresa? Insisto en su cualidad de imprescindibles. No puedo evitar recordar que Valle-Inclán, en la etapa en que se retira a Pobra do Caramiñal, funda en la villa un sindicato de labriegos que ayude a los vecinos. ¡Admirable don Ramón!

Ya sé que quieres chicha, Tolico, carnaza, pero ten paciencia y deja que fluya el texto. Hace cuarenta años aprendí de un ser humano de responsabilidad que las instituciones las conforman las personas, y así me lo demuestra la vida día a día. Apliquémoslo a los sindicatos. Como institución, como maquinaria, puede que al sindicato le cueste echar a rodar, máxime si es engrasado convenientemente desde los presupuestos del Estado, lo que no es óbice para que cuando quiere —de modo inconsciente pienso en el tradicionalmente más batallador de los dos grandes— abrume por su capacidad de organización y de convocatoria. Por otro lado, la institución posee la infraestructura para conocer la legislación ad hoc, orientar al trabajador, poner en marcha el proceso más conveniente…

Pero, insisto, las instituciones las conforman las personas. Y es aquí donde quiero detenerme de modo especial. Cuando tienes la fortuna, inmensa fortuna, de que tus representantes sindicales no buscan escalar peldaños en la empresa y usar de tamaña responsabilidad para venderse a ella, sino que por solidaridad y por justicia social intentan combatir las injusticias que por acción o por omisión se producen siempre en el mundo laboral, cuando esto se da, ¡chapó!, y todos nos reconciliamos con los sindicatos.

Ya sé, Tolico, que deseas que me refiera al blindaje del puesto de trabajo del representante de los trabajadores y a la figura del liberado sindical. Y voy a hacerlo con una pregunta: ¿qué ser humano en su sano juicio se enfrentaría a su empresa para defender el derecho mancillado de un compañero si no tuviese protegido su puesto de trabajo? Y, a propósito de la figura del liberado, te digo lo mismo: ¿imaginas cuál sería el puteo —y disculpa la grosería— a que se verían sometidos los representantes batalladores? El liberado, el liberado que cumple con su obligación, ¡bien liberado sea! Por algo será que el sistema lucha denodadamente para suprimir esa figura.

¡Las instituciones las conforman las personas! Y cuando el representante del trabajador accede a ese ministerio, porque de un sagrado ministerio se trata, cuando accede a él asumiendo la responsabilidad en que se embarca libremente, ¡qué bendición para los compañeros! Especialmente cuando, cargado de razón, se enfrenta a una injusticia manifiesta, moviliza a la plantilla (por solidaridad y por lo de las barbas del vecino), consigue revertir la injusticia y con un tirachinas y unas canicas, pero sobre todo con la fuerza de la razón, cual David enfrentándose a Goliat, logra echar a la cúpula de gestores indignos, ángeles exterminadores…, ¡chapó mil veces!

Y a esos seudosindicalistas a los que la empresa paga el apartamento para disfrute de las vacaciones, a los que persiguen la prebenda, a los que únicamente buscan asegurar su puesto de trabajo…, a esos, ¡que los parta un mal rayo! Esos necesitan que la vida les enseñe que Roma no paga a traidores, y a veces se lo enseña. Claro que la primera vez que son elegidos puede estimarse que engañaron a los representados; la segunda o sucesivas ocasiones en que acceden a la carga, la responsabilidad es nuestra y sólo nuestra, de los trabajadores.

sábado, 10 de julio de 2010

Manoliño, en la inopia


Mi querido Tolico:

Hace unas semanas, de pronto, me sorprendí: comencé a ver banderas españolas colgando de balcones, y hasta niños con banderitas de mano. No pude evitar acordarme de nuestro colega Asier cuando hace dos años se desplazó con unos compañeros desde Wroclaw (Polonia) a Viena para vivir de cerca el triunfo de la selección española en la Eurocopa; y cómo nos narraba la emoción de hallarse a miles de kilómetros de España rodeado de miles de banderas de España. De resultas de aquella experiencia conservamos una bandera española en casa.

Y yo, que tengo a gala ser español, pero que no me considero nacionalista español, hace unas semanas, viví con emoción la eclosión de banderas de España: claro, estaba a punto de hacerse pública la sentencia del Tribunal Constitucional a propósito del Estatuto de Cataluña y yo relacionaba las banderas observadas con la esperada sentencia. Y así lo manifesté en casa mientras comíamos. ¿Te narro la continuación? Tu colega y su madre me observaron con gesto de sorna para luego mirarse con complicidad: hete aquí que las banderas aludían al campeonato mundial de fútbol.

Para esta tarde está convocada en Barcelona una manifestación de respuesta a la sentencia aludida, y mañana, la selección española de fútbol disputará en Sudáfrica la final del campeonato mundial.

Más de cuatro millones de ciudadanos parados, congeladas las pensiones, rebajado el salario de los funcionarios, abaratado el despido en un 50 %, a punto de endurecerse las condiciones para la obtención de la jubilación, un más que influyente/decisorio organismo internacional demandando más reformas… y los españoles, anestesiados con La Roja, con el pulpito, con Manolo el del Bombo, con… Ya sé, Tolico, ya sé que tu amigo Manoliño está en la inopia.

domingo, 4 de julio de 2010

«Quizás nunca un hombre haya leído tanto, estudiado tanto, meditado más y escrito más que Leibniz…» (Diderot)


Leibniz. Imagen de Wikipedia.

Mi querido Tolico:

Ciertamente que Internet no tiene fronteras, y, desde Leipzig (a vuela pluma, la de las manifestaciones de los lunes, la de la Reforma, la de Bach, la de Mendelssohn, la de la primera derrota de Napoleón, la de Wagner, la de Nietzsche, la de Leibniz…; confío en poder vistarla personalmente algún día), PBK nos hace llegar su aportación. ¡Cómo no coincidir con PBK! El sistema, entre sus muchas acciones, se ocupa de vaciar de contenido términos queridos y hasta venerados, como libertad, democracia… Supongo que PBK llega a este rincón tras descargar Desde la Costa de la Muerte. Seguramente que es consciente de que finalizo la obra con este párrafo:

¡Querido faro Corrubedo! Heme aquí, apartado, mirándote sin prisa, como atado al mástil de Ulises cuando vivió el embeleso de las sirenas, preguntándome si estoy soñando, si desvarío o si todo es real; vivo la sensación de los viejos peregrinos que, al final del Camino, se sentían turbados y les faltaban las palabras. Heme aquí, en uno de los entornos más hermosos del universo, con la mirada perdida, palpando el alma de Galicia, escrutando este cementerio, anónimo e infinito, pero sabiendo también que, cada amanecer, reaparece el astro rey en el oriente y renace la vida. ¡Hasta siempre, mi querido faro!

Y créame que quiero creer que cada amanecer, reaparece el astro rey en el oriente y renace la vida…; de lo contrario…

Gracias, PBK; confío en seguir contando con su vista y con sus aportaciones. Saludos atentos desde Madrid.

Además de haberlo hecho privadamente, aprovecho esta entrada tan inhabitual para enviar las gracias públicamente a los medios que se han hecho eco de la existencia —porque Internet es un milagro— de nuestro libro de descarga gratuita Desde la Costa de la Muerte.