Mi querido Tolico:
Accedimos a Berlín en una fecha
significativa: coincidiendo exactamente con el medio siglo del inicio de la
construcción del Muro. ¡El Muro! ¡Los muros! La Historia nos muestra una y otra
vez que el ser humano repite periódicamente los mismos errores. Claro que,
pudiendo repetirlos, ¿para qué enmendarlos?
Sé, sabía, que Berlín da cobijo
a unos cuantos cientos de miles de ciudadanos menos que Madrid; esto, el que
entremos a la ciudad a través de una vía que me recuerda a la M-30 madrileña y
que el primer área por que nos movemos se halle erizada de edificios de altura
media, crea en mí la sensación de una capital familiar. Hace una tarde soleada,
espléndida, y Agata, amiga de nuestra anfitriona, intenta hacernos creer que
llevamos con nosotros el buen tiempo y que éste es el día más hermoso en Berlín
desde hace mes y medio.
Tomamos el metro. Un abono
diario para que cinco personas se desplacen cuanto quieran utilizando autobús,
tranvía y los dos metros cuesta quince euros. Me llama la atención que no
existen taquillas ni, por tanto, taquilleros, ni tornos, ni…, sólo el sentido
de la responsabilidad de los ciudadanos que, disciplinadamente, adquieren su
billete en una máquina expendedora y lo pican en otra. Éste, parece otro mundo.
No obstante, imagino que para prevenir tentaciones, uno de los días vivimos la
sorpresa de que un empleado, vestido de calle pero identificándose
convenientemente, solicitaba el billete a los usuarios del vagón. En el primer
viaje descendimos en la estación Central, inmensa, monumental y excepcional.
Gracias a los buenos oficios de Ola, nuestra exquisita anfitriona, que lo había
solicitado previamente en nuestro nombre, pudimos visitar el Reichstag, la sede
del Bundestag, el Parlamento alemán; o, más propiamente, su azotea y su
grandiosa cúpula de 1.200 toneladas de acero y cristal. El señor Fóster, su
arquitecto, ha legado a la eternidad una obra sorprendente y admirable. Según
asciendes, el pinganillo, en perfecto
castellano, te describe lo que ves, divulga características técnicas de la obra
y curiosidades únicas. Viene a mi memoria el que los cientos de toneladas de
cristal que recubren la estructura pretenden ser una metáfora de la
transparencia que debe representar la democracia. Imagino que también con sus
imperfecciones, decididamente, nos hallamos en otro mundo. Desde esta cúpula
puede constatarse el esplendor de la ciudad, el segundo milagro alemán del
último medio siglo.
A tiro de honda del Reichstag,
la puerta de Brandeburgo, de Brandenburgo o de Brandemburgo, símbolo inequívoco
de Berlín, coronada por la diosa de la Victoria y su cuádriga. Y un poco más
allá, un área de casi tres mil a modo de lápidas funerarias que conforman el Memorial a los judíos asesinados,
laberíntico, tétrico, recuerdo vivo de tiempos de barbarie, de exterminio, de
dolor a raudales y de ceniza. Algo más lejos, frente a un trecho de Muro, sobre
una explanada de guijarros oscuros, el Museo Checkpoint Charlie, la Topografía
del terror, un museo valiente que recoge miles de documentos, algunos
estremecedores, que mantienen vivo el recuerdo del Holocausto. Y, ¿cómo no?,
recorrimos la East Side Gallery, ese kilómetro largo de Muro decorado por
artistas dispares, de cuyas obras destaco el popular e icónico Beso de hermanos (Breznev y Honecker).
Alexanderplatz es una plaza
amplísima, jalonada de modernos e impresionantes edificios, y de visita
obligada; en ella se halla la torre de televisión, desde la que disfrutamos de
una panóramica inigualable de Berlín; también, un curioso reloj que muestra la
hora en cada uno de los husos horarios; igualmente, movimiento, mucho
movimiento de berlineses, medios de comunicación, turistas…, y algo de lo que
tampoco se libra esta capital: el botellón.
Teníamos curiosidad por ver la
inhabitual experiencia de un grupo de ocupas de un precioso edificio y de su
entorno, antiguo centro comercial, conocido como Tacheles; pero, no ocupas
cualesquiera, sino artistas underground que allí instalaron su taller, que
trabajan a la vista del público y que exponen y pretenden vender una obra
desigual. Alcanzamos el entorno hacia las diez de la noche, noche cerrada en
una ciudad poco iluminada, con muestras de prostitución en los alrededores…, lo
que, para escarnio del grupo, generó cierta inseguridad en quien escribe y
giramos una visita rápida únicamente a la planta baja.
Visitamos también la catedral,
de planta de cruz griega, amplísima, luminosísima, hermosísima, muy cuidada por
dentro y en proceso de recuperación por fuera. Tuvimos oportunidad de vivir
sendas experiencias únicas: acceder interiormente a la base de la cúpula y
recorrerla toda exteriormente. Desde aquella altura, las vistas de Berlín
resultan igualmente impresionantes, y ¡qué curioso disfrutar de la visión y admiración
de la catedral desde el cielo! ¡Hasta dos colmenas observamos en su tejado!
Y fuera de programa, en el Museo
de la Fotografía, disfrutamos de una completísima exposición de Abisag
Tüllmann, auténticamente testimonial, periodística, admirable; e, igualmente,
visitamos la de Helmut Newton, a mi entendimiento propia de un enfermo, con el
permiso de quienes hacen de su obra objeto de culto.
Hemos dedicado un buen número de
horas de nuestra estancia en Berlín a conocer un poco más en torno al
Holocausto y al Muro, y en ambos casos, por enésima vez, me pregunto cómo es
posible que el hombre sea así de lobo con sus congéneres. A este respecto, dos
reflexiones de sendos autores polacos a los que leía aquellos días:
Todos los instintos me parecen dignos de ser envidiados. Pero uno de
ellos, especialmente: se llama el instinto de frenar los golpes. Los animales a
menudo se pelean con otros de su misma especie, luchas que, sin embargo,
concluyen por regla general sin sangre. En un momento determinado, uno de los
oponentes se retira y así queda la cosa. Los perros no se devoran unos a otros,
los pájaros no se matan a picotazos y los antílopes no se ensartan mortalmente.
No se debe a que sean dulces por naturaleza. Simplemente a que actúa un
mecanismo que pone freno al ímpetu, a la fuerza del impacto o a la oclusión de
las fauces. Este instinto solamente desaparece en cautividad, así como tampoco
se manifiesta en aquellas especies que han sido criadas fuera de su lugar
natural. Lo que viene a ser lo mismo. (Szymborska, Wislawa).
… todo mal encontrará siempre sus defensores, pues en todas partes hay
personas que necesitan del mal para alimentarse, que es su oportunidad e,
incluso, la razón de su existencia. (Kapuściński, Ryszard).
¡Y las avispas! ¡Cuántas y qué
hostigosas! Por naturaleza, son ágiles y no se dejan atrapar; deben de ser
parientes de las moscas de que habla Fernández Flórez en el cuento homónimo. Y
qué admiración tanto ciclista, incluso personas jubiladas, mayores, sin
distinción de sexo.
Finalmente,
nuestra gratitud a Ágata y especialmente a Ola, anfitriona y cicerone
entregada, exquisita y sin par en este otro mundo.
1 comentario:
Hola amigo, hacía tiempo que no ojeaba lo que escribes, pero de nuevo no sólo me quedo con una miradita; es fantástica la descripción de algo de Berlín en tan sólo un rato, me has abierto el apetito de conocer algo de esa capital y de ese país, que es el único que me falta de los llamados "grandes" de Europa.
Me llama la atención lo de la inexistencia de tornos por ejemplo para acceder al metro, y me viene a la cabeza lo que siempre se ha dicho, o por lo menos, muchas veces he escuchado, ¿qué haríamos en España si el periódico lo cogiésemos de una caja donde hay muchos mas con sólo meter un eurillo?
Saludos y me alegro de encontrarme estas historias cada vez que entro a verte.
Jorge
Publicar un comentario