jueves, 29 de septiembre de 2011

Impresión tras unas horas en Berlín



Mi querido Tolico:

Accedimos a Berlín en una fecha significativa: coincidiendo exactamente con el medio siglo del inicio de la construcción del Muro. ¡El Muro! ¡Los muros! La Historia nos muestra una y otra vez que el ser humano repite periódicamente los mismos errores. Claro que, pudiendo repetirlos, ¿para qué enmendarlos?

Sé, sabía, que Berlín da cobijo a unos cuantos cientos de miles de ciudadanos menos que Madrid; esto, el que entremos a la ciudad a través de una vía que me recuerda a la M-30 madrileña y que el primer área por que nos movemos se halle erizada de edificios de altura media, crea en mí la sensación de una capital familiar. Hace una tarde soleada, espléndida, y Agata, amiga de nuestra anfitriona, intenta hacernos creer que llevamos con nosotros el buen tiempo y que éste es el día más hermoso en Berlín desde hace mes y medio.

Tomamos el metro. Un abono diario para que cinco personas se desplacen cuanto quieran utilizando autobús, tranvía y los dos metros cuesta quince euros. Me llama la atención que no existen taquillas ni, por tanto, taquilleros, ni tornos, ni…, sólo el sentido de la responsabilidad de los ciudadanos que, disciplinadamente, adquieren su billete en una máquina expendedora y lo pican en otra. Éste, parece otro mundo. No obstante, imagino que para prevenir tentaciones, uno de los días vivimos la sorpresa de que un empleado, vestido de calle pero identificándose convenientemente, solicitaba el billete a los usuarios del vagón. En el primer viaje descendimos en la estación Central, inmensa, monumental y excepcional. Gracias a los buenos oficios de Ola, nuestra exquisita anfitriona, que lo había solicitado previamente en nuestro nombre, pudimos visitar el Reichstag, la sede del Bundestag, el Parlamento alemán; o, más propiamente, su azotea y su grandiosa cúpula de 1.200 toneladas de acero y cristal. El señor Fóster, su arquitecto, ha legado a la eternidad una obra sorprendente y admirable. Según asciendes, el pinganillo, en perfecto castellano, te describe lo que ves, divulga características técnicas de la obra y curiosidades únicas. Viene a mi memoria el que los cientos de toneladas de cristal que recubren la estructura pretenden ser una metáfora de la transparencia que debe representar la democracia. Imagino que también con sus imperfecciones, decididamente, nos hallamos en otro mundo. Desde esta cúpula puede constatarse el esplendor de la ciudad, el segundo milagro alemán del último medio siglo.

A tiro de honda del Reichstag, la puerta de Brandeburgo, de Brandenburgo o de Brandemburgo, símbolo inequívoco de Berlín, coronada por la diosa de la Victoria y su cuádriga. Y un poco más allá, un área de casi tres mil a modo de lápidas funerarias que conforman el Memorial a los judíos asesinados, laberíntico, tétrico, recuerdo vivo de tiempos de barbarie, de exterminio, de dolor a raudales y de ceniza. Algo más lejos, frente a un trecho de Muro, sobre una explanada de guijarros oscuros, el Museo Checkpoint Charlie, la Topografía del terror, un museo valiente que recoge miles de documentos, algunos estremecedores, que mantienen vivo el recuerdo del Holocausto. Y, ¿cómo no?, recorrimos la East Side Gallery, ese kilómetro largo de Muro decorado por artistas dispares, de cuyas obras destaco el popular e icónico Beso de hermanos (Breznev y Honecker).


Alexanderplatz es una plaza amplísima, jalonada de modernos e impresionantes edificios, y de visita obligada; en ella se halla la torre de televisión, desde la que disfrutamos de una panóramica inigualable de Berlín; también, un curioso reloj que muestra la hora en cada uno de los husos horarios; igualmente, movimiento, mucho movimiento de berlineses, medios de comunicación, turistas…, y algo de lo que tampoco se libra esta capital: el botellón.

Teníamos curiosidad por ver la inhabitual experiencia de un grupo de ocupas de un precioso edificio y de su entorno, antiguo centro comercial, conocido como Tacheles; pero, no ocupas cualesquiera, sino artistas underground que allí instalaron su taller, que trabajan a la vista del público y que exponen y pretenden vender una obra desigual. Alcanzamos el entorno hacia las diez de la noche, noche cerrada en una ciudad poco iluminada, con muestras de prostitución en los alrededores…, lo que, para escarnio del grupo, generó cierta inseguridad en quien escribe y giramos una visita rápida únicamente a la planta baja.

Visitamos también la catedral, de planta de cruz griega, amplísima, luminosísima, hermosísima, muy cuidada por dentro y en proceso de recuperación por fuera. Tuvimos oportunidad de vivir sendas experiencias únicas: acceder interiormente a la base de la cúpula y recorrerla toda exteriormente. Desde aquella altura, las vistas de Berlín resultan igualmente impresionantes, y ¡qué curioso disfrutar de la visión y admiración de la catedral desde el cielo! ¡Hasta dos colmenas observamos en su tejado!

Y fuera de programa, en el Museo de la Fotografía, disfrutamos de una completísima exposición de Abisag Tüllmann, auténticamente testimonial, periodística, admirable; e, igualmente, visitamos la de Helmut Newton, a mi entendimiento propia de un enfermo, con el permiso de quienes hacen de su obra objeto de culto.

Hemos dedicado un buen número de horas de nuestra estancia en Berlín a conocer un poco más en torno al Holocausto y al Muro, y en ambos casos, por enésima vez, me pregunto cómo es posible que el hombre sea así de lobo con sus congéneres. A este respecto, dos reflexiones de sendos autores polacos a los que leía aquellos días:

Todos los instintos me parecen dignos de ser envidiados. Pero uno de ellos, especialmente: se llama el instinto de frenar los golpes. Los animales a menudo se pelean con otros de su misma especie, luchas que, sin embargo, concluyen por regla general sin sangre. En un momento determinado, uno de los oponentes se retira y así queda la cosa. Los perros no se devoran unos a otros, los pájaros no se matan a picotazos y los antílopes no se ensartan mortalmente. No se debe a que sean dulces por naturaleza. Simplemente a que actúa un mecanismo que pone freno al ímpetu, a la fuerza del impacto o a la oclusión de las fauces. Este instinto solamente desaparece en cautividad, así como tampoco se manifiesta en aquellas especies que han sido criadas fuera de su lugar natural. Lo que viene a ser lo mismo. (Szymborska, Wislawa).

… todo mal encontrará siempre sus defensores, pues en todas partes hay personas que necesitan del mal para alimentarse, que es su oportunidad e, incluso, la razón de su existencia. (Kapuściński, Ryszard).

¡Y las avispas! ¡Cuántas y qué hostigosas! Por naturaleza, son ágiles y no se dejan atrapar; deben de ser parientes de las moscas de que habla Fernández Flórez en el cuento homónimo. Y qué admiración tanto ciclista, incluso personas jubiladas, mayores, sin distinción de sexo.

Finalmente, nuestra gratitud a Ágata y especialmente a Ola, anfitriona y cicerone entregada, exquisita y sin par en este otro mundo.

1 comentario:

Jorge Gª Rivas dijo...

Hola amigo, hacía tiempo que no ojeaba lo que escribes, pero de nuevo no sólo me quedo con una miradita; es fantástica la descripción de algo de Berlín en tan sólo un rato, me has abierto el apetito de conocer algo de esa capital y de ese país, que es el único que me falta de los llamados "grandes" de Europa.
Me llama la atención lo de la inexistencia de tornos por ejemplo para acceder al metro, y me viene a la cabeza lo que siempre se ha dicho, o por lo menos, muchas veces he escuchado, ¿qué haríamos en España si el periódico lo cogiésemos de una caja donde hay muchos mas con sólo meter un eurillo?
Saludos y me alegro de encontrarme estas historias cada vez que entro a verte.
Jorge