Oleo procedente de www.manolopardo.es
A partir de su óbito, los medios de comunicación dedican
espacio hoy a glosar la figura de don Manuel Fraga Iribarne. Para mí resulta de
justicia hilvanar estas líneas.
Sucedieron los hechos entre las últimas semanas de 1975 y
las primeras del año siguiente. Aquellos fueron tiempos convulsos, duros,
acibarados; tiempos en los que un mundo se negaba a morir empujado por otro que
había completado el tiempo de gestación; tiempos de incesante lucha callejera,
de empresas que echaban el cierre, de ¡200.000 españoles en paro! Tiempos en
los que el que suscribe sobrevivía solo en el rompeolas de las Españas
realizando trabajitos ocasionales de estudiante. Y en estas, un amigo me
sugirió enviar un SOS a don Manuel. Dudé larga y profundamente y, por fin, se lo
hice llegar. En el registro del ministerio de la Gobernación, vanamente,
intentaron persuadirme de que no cursara la carta. Unos días después quedaba
citado telefónicamente. Don Manuel había encargado al responsable de su
gabinete, el señor A., que me prestara atención y auxilio en la medida de lo
posible, y lo intentó, aunque, por razones varias, ese auxilio no llegara a
materializarse.
Años más tarde y ya encauzado profesionalmente, luchaba por
publicar mi primer libro —¡cuán difícil resulta poner una pica en la propia
tierra!— y de nuevo llamé a la puerta de don Manuel. Entonces era diputado y me
recibió, me prestó atención, me animó a seguir trabajando en la línea en que
venía haciéndolo y me puso en contacto con un pope de la cultura vernácula. Algún tiempo después, tras un relevo
en la alcaldía, el libro fue publicado por el nuevo alcalde de mi municipio
natal, socialista.
La noticia del fallecimiento de don Manuel Fraga trajo a mi
memoria estas experiencias personales que, más allá de filias y fobias, guardo
en la memoria con gratitud y afecto. Descanse en paz, don Manuel.
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