jueves, 15 de julio de 2010

El Londres de Camba, un siglo después

Portobello

Arte callejero en Portobello. Imagen de Asier Ríos.

Mi querido Tolico:

Como sabes, hace unos meses disfruté de Londres en familia. Me dejé acompañar de Londres, volumen que recoge los artículos escritos por Julio Camba desde la capital del Reino Unido hace este año un siglo, y que releí in situ. Al alba, también allí, pergeñé las notas que transcribo:


De visita en la pérfida Albión, releo Londres, recopilación de 82 artículos que Julio Camba escribe en 1910 desde la capital que da título al libro. Fruto del contraste de las observaciones realizadas en las caminatas por esta capital y del texto de Camba, se me suscitan unas reflexiones.

Estima el autor que quien desee penetrar en el alma de Londres no debe conocerlo en verano porque se perderá la niebla densa que hace la ciudad impenetrable y misteriosa, húmeda y fría (...aquí no hay sol y la atmósfera está sustituida por una bruma densa, pegajosa y sucia). ¿Pretende usted machacarnos, don Julio? ¡Pero si no hemos dejado de utilizar el paraguas a ratos, con la excepción de un solo día de siete, en plena segunda quincena de agosto!

Observamos Londres en plena efervescencia. Londres sigue siendo el mito, el baluarte del diseño que marcará el rumbo de los gustos de medio mundo. A ello habría que añadir la responsabilidad de organizar los Juegos Olímpicos de 2012 y comprenderemos la vitalidad de la ciudad, una ciudad que no se concede un respiro ni para tomar aliento. Así, observamos una urbe limpia a pesar de la escasez de papeleras, ni una deposición canina, ni una cabina maltratada, ni un toque de claxon...

¿Cuál es la actitud de la gran urbe con los españoles, presentes en ella a millares en estas fechas? Escribe Camba: ... estoy luchando con Londres. Aquí todo le es hostil al español: el idioma, las comidas, las costumbres [...] la ciudad me puede. La hostilidad que describe el autor sigue viva, aunque hoy sea diferente. El desconocimiento del idioma representa una barrera que exige echar mano de todos los recursos; la comida rápida, universalmente extendida, permite sobrevivir unos días; y respecto de las costumbres, si no se tienen obligaciones sociales, no serán motivo de especial preocupación. Con todo, la ciudad es muy suya y ese permanente Look left / Look right (mira a la izquierda / mira a la derecha) grabado en el asfalto de cada cruce no nos deja vivir.

Y los ingleses, ¿cómo son?, ¿sigue vivo el estereotipo? En distintos artículos, el autor pinta a los ingleses como seres fuertes, colorados, tranquilos, ordenados, disciplinados y fríos. Los genes son los genes y pervive algo de todo esto; sin embargo, no vimos un solo bombín, ni una chistera ni un paraguas-bastón.

Profundicemos un poco más. Camba dedica la primera colaboración a glosar la figura del guardia inglés. Se cruza con el primero en la aduana de Newhaven a su llegada al Reino Unido y, después de dedicarle calificativos respetuosos y halagüeños, dice de los guardias que imponen con su presencia y que imponen el principio de autoridad, para acabar consignando que sostienen sobre sus hombros a toda Inglaterra. ¡El principio de autoridad! Hemos visto a poca policía y siempre patrullando en modernos vehículos BMW; seguramente que la no visible se hallaba controlando las grabaciones de los cientos de cámaras de vídeo situadas en las calles, en los aeropuertos y en las estaciones de metro. No nos cabe duda, sin embargo, de que la policía londinense no dispone de tiempo para aburrirse. En un lugar de tanto movimiento como el que ocupan los famosos almacenes Harrods, en apenas unos minutos, dos vehículos realizaban con toda impunidad un giro de 180 grados, maniobra claramente prohibida. Ya se sabe que el sistema perfecto no existe. Pero las autoridades policiales no se andan por las ramas. A la salida de la estación de metro que da acceso a Portobello, uno de los mercados londinenses más populares, un cartel en varias lenguas alerta a los ciudadanos de la presencia de carteristas. Una campaña publicitaria en las marquesinas de las paradas de autobús recuerda a los ciudadanos que si se emborrachan y cometen desórdenes serán arrestados y multados con 80 libras (unos cien euros). En un precioso paseo a lo largo del Támesis, de trecho en trecho, aparece sujeto a la barandilla un salvavidas; un cartel sensibiliza a la ciudadanía respecto de que aquel artilugio puede salvarle la vida y le advierte de que si lo sustrae será multada con hasta 5.000 libras y/o encarcelamiento. Y en Kensington, un muy importante barrio residencial, un contundente cartel sujeto a un semáforo pretende atemorizar a los amigos de lo ajeno recordándoles que “... la policía opera en esta zona”. ¡El principio de autoridad! ¿Aprenderemos alguna vez?

En otro artículo, nuestro paisano reflexiona en torno a si nuestro porvenir se halla en europeizarnos evolucionando hacia las actitudes inglesas o hacia las alemanas, y concluye: Yo creo que nuestro porvenir de españoles está en hacernos españoles. Pero, ¿qué es ser español? Ortega nos ayudaría a responder. Cien años después continuamos igual de lúcidos.

¿Cuál fue el sentir del maestro hacia la mujer? En varios artículos aplica incisivo y mordaz su acerado bisturí al asunto y se refiere a Londres como el foco del feminismo universal. Como contrapunto, en su artículo La tutela femenina. Un ama de llaves constitucional realiza un encendido elogio de la capacidad de la mujer para administrar y ahorrar, y, como consecuencia, plantea que deberían ser ellas quienes se encargasen de la gobernación del Estado; se declara partidario de una administración exclusivamente femenina en la que permitiría al varón alborotar y mitinear mientras la mujer administra, calma, niega y resiste. ¿Sería tal la capacidad de anticipación de Camba como para prever la existencia de Margaret Tatcher o Ángela Merkel? ¿O, tal vez, pensaría en la cuota?

En El verdadero peligro amarillo. Los mestizos aumentan, don Julio reflexiona en torno al horror inglés respecto del mestizaje en las colonias y no digamos en la metrópoli. Hoy, el mestizaje étnico y cultural es una realidad constatable nada más poner pie en el aeropuerto. En las escuelas de primaria londinenses pueden escucharse ¡más de 180 lenguas diferentes! También en asunto tan delicado, hace casi cien años, Camba volvió a anticiparse y a hacer diana al estimar que, según pase el tiempo, las diferencias esenciales entre los pueblos desaparecerán debido a la inmediatez de las comunicaciones, a la globalización del comercio, a la uniformidad de la comida y al intercambio de meretrices. ¡Y nosotros con estos pelos! Algún día después, y a propósito del esperanto, nuestro autor refiere la actitud de un inglés, un francés, un alemán, un ruso, un chino y un español cuando una mosca cae en sus respectivos vasos de cerveza; como las reacciones fuesen distintas y aun contradictorias, concluye que el sueño de los esperantistas es una quimera porque aunque todos los hombres tengamos un idioma común, las moscas nos inspiran siempre sentimientos distintos. El día que Camba escribió el artículo debió de ser típico y tópico de invierno londinense porque concluye preso de un vago sentimiento de tristeza por carecer de ilusión bastante para creer en el esperanto y en la Humanidad.

Cien años después, ¿cuál sería la visión que de Londres nos trasladaría Julio Camba?

1 comentario:

Unknown dijo...

Estimado Manuel,
No creo que sea anecdótico que te hayas fijado en lo mismo que yo en un reciente viaje a Londres: el principio de autoridad que se refleja en cada letrero del metro, en los bares, aeropuertos y múltiples lugares. En mi humilde opinión refuerza más el sentimiento de coerción que el de seguridad. No he visto un fenómeno así en otro lugar, y distingo una diferencia notable con la sociedad alemana, que en Berlín, Hamburgo o Munich es igual de diversa, donde la gente pareciera que nace con esa información de los carteles ya impresa en el adn.
De todas formas, y tras varios días en la ciudad, me parece que la multiculturalidad ha hecho una excelente contribución en quitar lo lúgubre con que se describe Londres en todos los libros que leímos desde pequeños.
De cuando en cuando aún es posible distinguir un carácter fuerte, de sociedad marina, de aislación voluntaria pero con presencia latente, de sentimiento de centro del mundo que permanece imborrable.
En mi experiencia, una ciudad cautivante y ya sin lugar para Jack el destripador.
Mis más cordiales saludos.
Pato Belloy