Y yo que creía que la generación de nuestros hijos, en general, es la mejor preparada: licenciatura, inglés, Erasmus, máster... Y yo que creía que estos chicos son vilmente explotados, disfrutando y agradeciendo jornadas de sol a sol a cambio de 200 míseros euros mensuales y el bocadillo. Pues, no, ¡no les resulta suficiente!
Esta mañana, un tertuliano —ya se sabe que con alguna escasa y discreta excepción, su ideología corre pareja al viento que le sopla al pagador—; pues bien, escribo que, esta mañana, un tertuliano justificaba la propuesta que recoge la imagen de cabecera argumentando que el salario mínimo supera el valor del trabajo realizado por nuestros jóvenes, que, faltos de formación —también hay de éstos, por desgracia—, deben iniciar su vida laboral como aprendices y bla, bla, bla. ¡Valiente sinvergüenza! Ignoro si tiene hijos, y, si los tuviese, este mediodía o esta noche ¿será capaz de mirarles a los ojos después de semejante intervención? ¿O piensa que la medida no los alcanzará? Tal vez olvide que torres más altas... No me cabe la menor duda de que a este abuso nos conduce la necesidad derivada de la existencia de cinco millones de personas en paro y la falta de movilización social.
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