martes, 18 de octubre de 2011

«Cuando la ley es injusta, es peor que un ladrón callejero» (Federico II)

El molino de la discordia.



Mi querido Tolico:

A la imparcialidad de la Justicia alemana, con mayúscula, y a la fe de los alemanes en ella en tiempos de Federico II ya nos hemos referido en otro momento en esta atalaya. Profundicemos un poco en la curiosidad.

En la entrada anterior glosábamos las espléndidas construcciones realizadas por Federico II en Potsdam. La residencia de verano, un magnífico palacio, situada en el entorno de la fabulosa plantación de vides e higueras a que nos referimos entonces, se halla levantada frente al molino de Mühler Grävenitz. En realidad, el rey quiso levantar su palacio en la ubicación del molino, pero el molinero se negó a vendérselo. Imagino la sorpresa y el mal humor del monarca, acostumbrado a realizar su voluntad; así que intentó persuadirlo haciéndole saber que podría «retirarle» la propiedad, a lo que el molinero le respondió que «Por supuesto, cuando en Berlín no exista tribunal a donde yo pueda acudir».

Y Federico II desplazó el lugar de construcción del palacio. Cuentan las crónicas que el rey ayudó al molinero en momentos difíciles y le exoneró de pagar impuestos en esas coyunturas. Y siguen refiriendo las crónicas que, años después, ante una peripecia semejante a la vivida por Federico II, unos jueces fallaron a favor de un noble y en contra de un molinero. Enterado el rey, Federico II «canceló la orden y envió a los jueces responsables de todas las instancias a los calabozos de Spandau», y pronunció el mensaje que recojo en el título de la entrada.

Y yo, mi querido Tolico, no puedo evitar preguntarme: ¿Cuántas leyes y normas injustas nos oprimen? ¿Cuántos jueces deberían conocer Spandau?


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