Mi querido Tolico:
A escasa media hora
de viaje en automóvil desde Berlín se halla Potsdam. Aparcamos en las
inmediaciones de Brandemburger Straβe en busca de la oficina de turismo, y la
primera impresión es que llegamos a una ciudad acogedora. Es domingo, la mañana
resulta soleada, espléndida, y la calle Brandemburger, peatonal, acoge una
especie de Rastro madrileño agradable de recorrer.
Igual que escribimos
cuando nos referíamos a Berlín, éste es también otro mundo. En la oficina de
turismo adquirimos, o sea, pagamos, un folleto turístico algo mayor que un DIN
A3 impreso a color por las dos caras conteniendo curiosidades en torno a la
villa redactadas en castellano (dos euros). Y la inmediata reflexión: España,
¿potencia turística? Pues, tal vez deberíamos repensarnos.
Potsdam ha cumplido
más de mil años de existencia, es
conocida como el Versalles prusiano
por sus espléndidos palacios, y en el verano de 1945 acogió a Stalin, Churchil
y Truman, que allí administraron la victoria.
Federico II tenía debilidad por Potsdam, su residencia preferida, hecho que resulta perfectamente comprensible cuando visitas sus palacios. De ellos, atrajo particularmente mi atención su residencia de verano, otra preciosa joya arquitectónica. Situada en la cima de una pequeña colina, desde esa cima se desciende a través de dilatados escalones en los que el monarca, además de plantar vides, practicó oquedades en la vertical del escalón y en ellas plantó pequeñas higueras que protegió con puertas de hierro acristaladas que alivian al frutal de la adversa climatología: así consiguió respetable y admirada cosecha de higos. He aquí que Federico II, tal vez sin proponérselo, revolucionó el cultivo agrícola poniendo en marcha el que yo supongo el primer invernadero de la Historia.
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