Es bien conocido que un numeroso grupo de españoles tiene el fútbol como válvula de escape. Higiénico y sano. Higiénico y sano mientras esa válvula de escape se mantenga dentro de unos cánones. Ciudadanos progresistas criticaron y critican la dictadura, entre otros, porque, en momentos particularmente delicados, distraía y adormecía la atención de los españoles con partidos de fútbol de ringorrango y con corridas de toros que se salían. Esta noche, la televisión nos muestra el fabuloso espectáculo de miles de ciudadanos concentrados en la plaza de Cibeles jaleando hasta la extenuación a la Selección Española de Fútbol. Enhorabuena a nuestros futbolistas, la admiración del mundo, pero, ¡ya está bien de tanto circo y de tan poco pan!
Cuando hace unas semanas se produjo la sesión inaugural de la Eurocopa, me encontraba en Wroclaw, en Polonia, y, sin que me atraiga para nada el fútbol, viví la experiencia de la retransmisión por televisión de la confrontación entre las selecciones polaca y griega al lado de centenar y medio de polacos entusiastas de lo suyo. Nada más finalizar el himno griego, espontáneamente, con naturalidad y con todo respeto, mis amigos polacos —y también yo, por supuesto— se pusieron en pie, firmes y con la mano derecha sobre el corazón. Y, observando el espectáculo de Cibeles, no puedo evitar preguntarme cuántos de esos compatriotas se levantaron alguna vez en su vida al sonar el himno nacional español, cuántos se sumaron a la última huelga general, cuántos…, porque parece que se nos haya olvidado que ayer se puso en marcha el copago/repago sanitario, aumentaron su precio la energía eléctrica, la bombona de butano y el gas natural, bajó el salario de los funcionarios de la Comunidad de Madrid, supimos que se agrava la recesión en España, que el Gobierno estudia subir el IVA…, y hoy, el señor Rajoy nos avanzó la necesidad de continuar con las reformas, que ya sabemos lo que eso significa, y nuestra prima superó a la de Irlanda. ¿Continúo?
Chapó por las válvulas de escape racionales, pero, a la vez, mi crítica más acerada al circo sin pan.
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