—Resulta increíble, Manoliño, que la vida haya evolucionado tan poco en algunos aspectos en los últimos quinientos años.
—Contigo, Tolico, debo ser cauto, que, en muchas ocasiones, ignoro por dónde vas a tirar.
—¿Es entendible que en pleno siglo XXI siga pujante la piratería?
—Por desgracia, colega, la piratería continúa viva no sólo en el mar, sino también en todo ámbito de actividad al que dirijas la mirada; y no desaparecerá mientras el ser humano no sufra la profunda catarsis a que está llamado desde toda la eternidad.
—¡Bien por los chinos! Y tú, Manoliño, que has estado en Cee recientemente, ¿viste el Ara Solis?
—¿Estás tonto, colega? Tendré que impedir que curiosees mis notas. El Ara Solis es ya un mito, un supuesto templo de la fertilidad ubicado en el promontorio Nerio, en Fisterra o tal vez en Touriñán.
—¡Qué picajoso! Pero si yo me refiero al buque Ara Solis que durante 25 años prestó inestimables servicios en la Costa de la Muerte, salvó decenas de vidas como consecuencia de varios naufragios y hoy se pudre abandonado en un astillero ceense. ¡Qué ingratos sois los humanos, Manoliño!
—Contigo, Tolico, debo ser cauto, que, en muchas ocasiones, ignoro por dónde vas a tirar.
—¿Es entendible que en pleno siglo XXI siga pujante la piratería?
—Por desgracia, colega, la piratería continúa viva no sólo en el mar, sino también en todo ámbito de actividad al que dirijas la mirada; y no desaparecerá mientras el ser humano no sufra la profunda catarsis a que está llamado desde toda la eternidad.
—¡Bien por los chinos! Y tú, Manoliño, que has estado en Cee recientemente, ¿viste el Ara Solis?
—¿Estás tonto, colega? Tendré que impedir que curiosees mis notas. El Ara Solis es ya un mito, un supuesto templo de la fertilidad ubicado en el promontorio Nerio, en Fisterra o tal vez en Touriñán.
—¡Qué picajoso! Pero si yo me refiero al buque Ara Solis que durante 25 años prestó inestimables servicios en la Costa de la Muerte, salvó decenas de vidas como consecuencia de varios naufragios y hoy se pudre abandonado en un astillero ceense. ¡Qué ingratos sois los humanos, Manoliño!
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