jueves, 11 de septiembre de 2008

Vuelve, amada Astrea de mi niñez

La noticia de primera de que se hacen eco hoy los medios me traslada en el tiempo a la niñez. Cada vez que transitaba por el camino real no podía evitar que mi vista se escapase a aquella pequeña estatua ubicada en el tejado de una casa principal. Representa a una mujer vestida con una túnica. En la mano derecha blande una espada y de la izquierda pende una balanza. No sería capaz de escribir si alguien me descubrió que representa la Justicia o si yo lo deduje por asimilación; en todo caso, me encantaba aquella representación porque está exenta de la típica y tópica venda que cubre los ojos de otras representaciones. Y, por más que intentasen persuadirme de que la venda equivale a impartir justicia a ciegas, independientemente de la personalidad del justiciable, aquel niño aldeano admiraba la pequeña estatua porque estimaba que la Justicia, en primer lugar, ha de tener los ojos bien abiertos. Años después, supe que se trata de la diosa Astrea, la diosa virgen portadora de los rayos de Zeus y personificación de la Justicia, la última inmortal en abandonar la Tierra cuando ésta degeneró.
La Justicia de estos días, ciega y huérfana de Astrea, agoniza víctima del corporativismo entre otros males.

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