—Y yo, Tolico, tu secretario, te acompaño gustoso y te llevo la maleta.
—¡Cómo me gustaría ver por mí mismo la torre Eiffel! Hoy cumple 120 años y en este siglo largo de existencia supo ser un icono, un símbolo reconocible en toda la aldea global. Tengo que aprender de ella, no para vivir esa eternidad de años, que sé que no es posible ni creo que me interese, pero sí para ser conocido en el orbe. ¿Qué te parece si hablo con el señor alcalde y le propongo que sustituya el oso y el madroño por mi efigie?... No me mires con ese gesto de sorna; si todo se moderniza…
—¿Imaginas París, Tolico, sin la torre del señor Eiffel? Y no pierdas de vista cómo fue cuestionada en el momento de su construcción. Una vez más, la innovación se hace un clásico.
—Y los datos, ¡qué curiosos!: una estructura de 10.100 toneladas de peso que supusieron dos años de trabajo a trescientos montadores ensamblando dos millones y medio de remaches, una altura de 320 metros, 60 toneladas de pintura…; decididamente, Manoliño, vuelo a París.