—Mi querido Tolico…
—No sé si hablar contigo, Manoliño, que me tienes muy harto. En el fin de semana te fuiste al cine y no tomaste en consideración mi sugerencia de que alquilaras la película, que yo tenía interés en verla. Y estos días, como estoy lógicamente enfadado, me ninguneas y escribes la entrada de ayer sin contar conmigo. Que se expresen mis amigos lectores y que digan libremente si tengo o no razón. Verás el chaparrón que te aguarda.
—No seas quisquilloso, colega.
—No te respondo, que, si lo hago, me pierdo. Y voy yo al grano y no me interrumpas. Lo bueno de los enfados es que se te abre la sesera; así que me planteo si declararme en estado de cabreo permanente. El caso es que yo vengo reflexionando en torno a las orquestas y observo que cada músico tiene delante su partitura; y, por lo que yo sé, la partitura informa al profesional de todo lo que debe conocer para interpretar correctamente ese, para mí, críptico lenguaje. Luego, dicho sin acritud, la figura del director es innecesaria.
—¡Vamos, Tolico! Después de siglos en los que las orquestas son dirigidas por una persona, pretendes revolucionar el mundo de la música cargándote de un plumazo a los directores. ¡Qué fuerte!
—Si tuvieras las antenas en actitud receptiva, Manoliño, sabrías que, desde hace tiempo, viene funcionando la orquesta Orpheus, de Nueva York, y lo hace sin director y, a pesar de ello o tal vez por ello, con todo éxito. ¡Viva la innovación!
—¡Ácrata!
—No sé si hablar contigo, Manoliño, que me tienes muy harto. En el fin de semana te fuiste al cine y no tomaste en consideración mi sugerencia de que alquilaras la película, que yo tenía interés en verla. Y estos días, como estoy lógicamente enfadado, me ninguneas y escribes la entrada de ayer sin contar conmigo. Que se expresen mis amigos lectores y que digan libremente si tengo o no razón. Verás el chaparrón que te aguarda.
—No seas quisquilloso, colega.
—No te respondo, que, si lo hago, me pierdo. Y voy yo al grano y no me interrumpas. Lo bueno de los enfados es que se te abre la sesera; así que me planteo si declararme en estado de cabreo permanente. El caso es que yo vengo reflexionando en torno a las orquestas y observo que cada músico tiene delante su partitura; y, por lo que yo sé, la partitura informa al profesional de todo lo que debe conocer para interpretar correctamente ese, para mí, críptico lenguaje. Luego, dicho sin acritud, la figura del director es innecesaria.
—¡Vamos, Tolico! Después de siglos en los que las orquestas son dirigidas por una persona, pretendes revolucionar el mundo de la música cargándote de un plumazo a los directores. ¡Qué fuerte!
—Si tuvieras las antenas en actitud receptiva, Manoliño, sabrías que, desde hace tiempo, viene funcionando la orquesta Orpheus, de Nueva York, y lo hace sin director y, a pesar de ello o tal vez por ello, con todo éxito. ¡Viva la innovación!
—¡Ácrata!
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