jueves, 6 de noviembre de 2008

Persiguiendo fantasmas

—Para que aprecies que sigues contando con todo mi cariño, querido Tolico. Y ahora, la pregunta: ¿cómo te sientes de a gusto en tu traje?
—¿Quieres conocer la verdad de la verdad, Manoliño?... La realidad es que cuando observo que se aproxima una paloma a mi ventana, me entran escalofríos, para expresarlo finamente. En esas ocasiones, ¡qué no daría yo por ser águila! ¿Te imaginas? Un águila señorial, de gran envergadura, fuerte, admirado, respetado y temido por todos los seres que por el cielo se atreven; en una palabra, el rey. Pero, deja que abra los ojos y que te pregunte dónde quieres ir a parar.
—Aunque eres un ser único, colega, en este punto no pasas del lugar común. Cada humano cobijamos y alimentamos nuestros fantasmas, fantasmas que nos llevan a sentirnos bajitos, gorditos, fofitos…, lo que obviamos con arrogancia unas veces, haciendo de la necesidad virtud otras… y, como consecuencia, sucumbiendo a la publicidad en busca de elixires mágicos o de un cirujano plástico, si la cuenta lo permite, que nos devuelvan la confianza en nosotros mismos, la autoestima perdida.
—¡Estás trascendente, Manoliño!
—Realista, colega, realista. Ésa es mi percepción. Lo que se sale de la cuadrícula es el caso de Laurence Ferrari, que, para generar credibilidad, debe dejar a un lado su lozanía y parecer mayor.
—¡Qué mal debe de sentirse! Déjame que filosofee: he aquí, una vez más, la excepción que confirma la regla.

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