domingo, 27 de julio de 2008

“¿Puede ayudarme a subir?, porque para bajar, ya sabré valérmelas por mí mismo”

Fueron las palabras que Tomás Moro dirigió al verdugo que le cortaría la cabeza instantes después por no plegarse a los deseos de Enrique VIII. Y vienen a cuento estas palabras tan duras en día festivo como es hoy porque en la cima del Cabo da Nave (o de La Nave) hilé la hebra con dos jóvenes serios de la zona que me contaban que la pescadilla se pagó ayer en lonja a un euro y poco el kilo, lo que no les permite ni cubrir gastos siquiera; los pisos multiplicaron su precio desde lo del Prestige —el Pestige marca un antes y un después en la zona, por lo que observo— hasta límites inhumanos que obligan a arrimar el hombro a padres y suegros para afrontar su adquisición, no existe industria que absorba los brazos desocupados, los productos de primera necesidad disparan su precio; como resumen, un panorama auténticamente desalentador. Pues bien, Tomás Moro en su Utopía, escribe:

"¿Qué clase de justicia es aquella que permite que cualquier aristócrata, banquero, financiero —u otro de esos que no hacen nada, o nada que tenga gran valor para el bien público— lleve una vida holgada y suculenta, en el ocio o en ocupaciones superfluas, al paso que el obrero, el carretero, el bracero y el labriego han de trabajar tan dura y asiduamente como bestias de carga —a pesar de que su labor sea tan útil que sin ella ningún estado duraría ni un año—, soportando una vida tan mísera que parece mejor la de los borricos, cuyo trabajo no es tan incesante y cuya comida no es mucho peor, aunque el animal la encuentre más grata y no tema el porvenir? Mas a los obreros, aguijonéalos la necesidad de un trabajo infructuoso y estéril, los mata la premonición de una vejez indigente, puesto que el jornal cotidiano es tan escaso que no basta para el día, imposibilitando que puedan aumentar su fortuna guardando algo cada día para asegurar su vejez. ¿No es ingrato e inicuo el estado que a los nobles —así los llaman—, a los banqueros y demás gente holgazana o aduladora, les prodiga tantos placeres frívolos y sofisticados y tantas riquezas, al paso que mira impasible a los campesinos, carboneros, peones, carreteros y obreros, sin los cuales no existiría ningún estado? Tras abusar de su trabajo mientras están en sus mejores años, el estado —cuando más tarde están abrumados por los años o por una enfermedad que los priva de todo—, olvidándose de tantos desvelos, de tantos servicios prestados por ellos, los recompensa, en el colmo de la ingratitud, con la muerte más miserable."

Huelga todo comentario. La reflexión fue escrita ¡¡¡hace casi 500 años!!! En lo sustancial, de verdad, ¿cuánto ha cambiado la vida desde entonces?

No hay comentarios: