Mi querido Bartolo:
—Asier nos insiste en que sus compañeros se hallan intrigados respecto de tu escurridiza personalidad. En una palabra, ¡quieren conocerte!
—¿A mí? ¿Yo? ¡Horror! ¡Por favor, ni se te ocurra!
—No entiendo nada, Bartolo.
—¿Cómo vas a entenderme si no estás en mí, si no eres yo?
—Efectivamente, tú eres tú, y yo soy yo, y no comprendo tu reticencia a que publique una fotografía tuya, ¡o nuestra!
—Es evidente que no entiendes nada.
—Pero, ¿qué tengo que entender, Bartolo?
—¡Que el misterio tiene su magnetismo, Manoliño! Yo, en realidad, quiero ser Gioconda.
—¿Quieres ser la Gioconda de Leonardo? Pero, si Gioconda no existe más que una, la del Louvre…
—¡Qué simple eres, colega! ¿Para qué te tengo? ¿Para qué me presto a ser tu musa? ¡Para que rodees de misterio mi ser, para que escribas acerca de mi magnetismo, de mi sonrisa enigmática, para hacerme popular, para que en el futuro de los siglos yo cautive a un gran investigador de nombre sonoro perteneciente a una renombrada universidad extranjera —eso imprime mucha credibilidad a los paletos— que se ocupe de mi persona, que confunda al respetable, que perpetúe mi memoria y que me haga objeto de peregrinación! ¡No hagas nada sin consultarme, que ya se nos irán ocurriendo iniciativas con que poner en marcha el efecto bola de nieve!
—Asier nos insiste en que sus compañeros se hallan intrigados respecto de tu escurridiza personalidad. En una palabra, ¡quieren conocerte!
—¿A mí? ¿Yo? ¡Horror! ¡Por favor, ni se te ocurra!
—No entiendo nada, Bartolo.
—¿Cómo vas a entenderme si no estás en mí, si no eres yo?
—Efectivamente, tú eres tú, y yo soy yo, y no comprendo tu reticencia a que publique una fotografía tuya, ¡o nuestra!
—Es evidente que no entiendes nada.
—Pero, ¿qué tengo que entender, Bartolo?
—¡Que el misterio tiene su magnetismo, Manoliño! Yo, en realidad, quiero ser Gioconda.
—¿Quieres ser la Gioconda de Leonardo? Pero, si Gioconda no existe más que una, la del Louvre…
—¡Qué simple eres, colega! ¿Para qué te tengo? ¿Para qué me presto a ser tu musa? ¡Para que rodees de misterio mi ser, para que escribas acerca de mi magnetismo, de mi sonrisa enigmática, para hacerme popular, para que en el futuro de los siglos yo cautive a un gran investigador de nombre sonoro perteneciente a una renombrada universidad extranjera —eso imprime mucha credibilidad a los paletos— que se ocupe de mi persona, que confunda al respetable, que perpetúe mi memoria y que me haga objeto de peregrinación! ¡No hagas nada sin consultarme, que ya se nos irán ocurriendo iniciativas con que poner en marcha el efecto bola de nieve!
1 comentario:
texto estupendo a la par que curioso el la Gioconda, muy bien por la posibilidad de enlazar el tema del día con la página de la que se habla, y sobre Bartolo, pienso que no existe, que es eso, una musa. muchas gracias por esos dos minutos de meditación y por mantenernos en ascuas con respecto a su musa ó muso?
Publicar un comentario