Mi querido Tolico:
Leí no hace mucho que un campesino centroeuropeo anota el número de huevos que ponen sus gallinas a diario y, al finalizar la semana, utiliza esos valores para jugar a la lotería primitiva. Como consiguió algún premio, confía en que el método mejore el estado de su economía de subsistencia.
Superada la resaca del sorteo de la lotería de Navidad, un sector de ciudadanos levanta sus ojos al del Niño con ansia, con expectación y con fe. ¿Crees en el azar, Bartolo? Te recuerdo que no eres gallego, de suerte que no te acepto la pregunta.
Cuando yo era niño, existían tres juegos de azar legalmente establecidos: la quiniela, la lotería y el cupón de la ONCE. A lo largo de estos años, el sistema multiplicó la lotería y dio a luz otros, prueba evidente de que cree en el azar, hasta el extremo de incitar a los ciudadanos mediante cuidadas y costosas campañas publicitarias a que malgastemos los pocos recursos de que disponemos (en el juego de la Primitiva, la probabilidad matemática de conseguir el premio gordo es una entre 31 millones). Ya, ya sé que, como consecuencia, el sistema, además de proporcionar empleo a miles de personas, se embolsa pingües beneficios; pero, ¿es lícito, Bartolo? Pregúntate una vez más si el fin justifica los medios. Y no me digas que los juegos de azar, si no existiesen, tendrían que ser creados. ¡No, Tolico! Lo que de verdad necesitamos es una formación más sólida.
Hace casi cien años, mi admirado Camba escribió una serie de crónicas desde el Reino Unido en las que analiza el carácter inglés. En una de ellas observa que "...los ingleses son unos hombres prácticos: confían en su trabajo para vivir y no en la Providencia [...] Y el español comienza a vociferar contra la Providencia, que no se preocupa de él".
Claro que ¡únicamente transcurrió un siglo!
Leí no hace mucho que un campesino centroeuropeo anota el número de huevos que ponen sus gallinas a diario y, al finalizar la semana, utiliza esos valores para jugar a la lotería primitiva. Como consiguió algún premio, confía en que el método mejore el estado de su economía de subsistencia.
Superada la resaca del sorteo de la lotería de Navidad, un sector de ciudadanos levanta sus ojos al del Niño con ansia, con expectación y con fe. ¿Crees en el azar, Bartolo? Te recuerdo que no eres gallego, de suerte que no te acepto la pregunta.
Cuando yo era niño, existían tres juegos de azar legalmente establecidos: la quiniela, la lotería y el cupón de la ONCE. A lo largo de estos años, el sistema multiplicó la lotería y dio a luz otros, prueba evidente de que cree en el azar, hasta el extremo de incitar a los ciudadanos mediante cuidadas y costosas campañas publicitarias a que malgastemos los pocos recursos de que disponemos (en el juego de la Primitiva, la probabilidad matemática de conseguir el premio gordo es una entre 31 millones). Ya, ya sé que, como consecuencia, el sistema, además de proporcionar empleo a miles de personas, se embolsa pingües beneficios; pero, ¿es lícito, Bartolo? Pregúntate una vez más si el fin justifica los medios. Y no me digas que los juegos de azar, si no existiesen, tendrían que ser creados. ¡No, Tolico! Lo que de verdad necesitamos es una formación más sólida.
Hace casi cien años, mi admirado Camba escribió una serie de crónicas desde el Reino Unido en las que analiza el carácter inglés. En una de ellas observa que "...los ingleses son unos hombres prácticos: confían en su trabajo para vivir y no en la Providencia [...] Y el español comienza a vociferar contra la Providencia, que no se preocupa de él".
Claro que ¡únicamente transcurrió un siglo!
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