Querido Tolico:
Desde ayer, te encuentro especialmente pensativo y taciturno. Reflexionas en torno a esos setenta millones de blogs existentes en internet y en torno a las decenas de miles que nacen a diario, y te preguntas por la razón de semejante cosecha. Todavía no has terminado de asombrarte. ¿Qué opinas del hecho de que algo más de la mitad de los adolescentes estadounidenses suban contenidos a internet? Sorpréndete si quieres, pero no eres tú el único. The New York Times acaba de observar el fenómeno, lo estudia y llega a la obvia conclusión que alcanzaría cualquier ser que meditase en torno al asunto: el género humano vive incomunicado, necesitado de ser escuchado, necesitado de abrirse a los demás; y así, en otros tiempos escribía cartas al director de su diario o llamaba a la radio, para hoy, además, migrar al medio más universal y accesible, internet.
Hace tres décadas tuve oportunidad de departir con el señor Madrid, el alma del Teléfono de la Esperanza. Y es que, ya entonces, mi interlocutor apreció el aislamiento del ser humano en un momento en el que pensábamos que la comunicación —prensa, radio, televisión…— lo dominaba todo. Esa limitación precisamente le llevó a poner en marcha el mágico teléfono en el que encontrar siempre una voz dispuesta a hacer llegar un ¡hola! amigo a quien lo necesita.
Bartolo, en verdad que algunas veces me das miedo; ahora, clavas literalmente tu mirada en mí y tengo la sensación de que me preguntaras si este blog es la respuesta a esa necesidad.
Desde ayer, te encuentro especialmente pensativo y taciturno. Reflexionas en torno a esos setenta millones de blogs existentes en internet y en torno a las decenas de miles que nacen a diario, y te preguntas por la razón de semejante cosecha. Todavía no has terminado de asombrarte. ¿Qué opinas del hecho de que algo más de la mitad de los adolescentes estadounidenses suban contenidos a internet? Sorpréndete si quieres, pero no eres tú el único. The New York Times acaba de observar el fenómeno, lo estudia y llega a la obvia conclusión que alcanzaría cualquier ser que meditase en torno al asunto: el género humano vive incomunicado, necesitado de ser escuchado, necesitado de abrirse a los demás; y así, en otros tiempos escribía cartas al director de su diario o llamaba a la radio, para hoy, además, migrar al medio más universal y accesible, internet.
Hace tres décadas tuve oportunidad de departir con el señor Madrid, el alma del Teléfono de la Esperanza. Y es que, ya entonces, mi interlocutor apreció el aislamiento del ser humano en un momento en el que pensábamos que la comunicación —prensa, radio, televisión…— lo dominaba todo. Esa limitación precisamente le llevó a poner en marcha el mágico teléfono en el que encontrar siempre una voz dispuesta a hacer llegar un ¡hola! amigo a quien lo necesita.
Bartolo, en verdad que algunas veces me das miedo; ahora, clavas literalmente tu mirada en mí y tengo la sensación de que me preguntaras si este blog es la respuesta a esa necesidad.
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