Querido Tolico:
—¿De qué pasta estás hecho? ¿De qué madera está tallado el ser humano?
—¿Amaneciste con la metáfora puesta? ¡Céntrate, bonito!
—Tienes razón, Bartolo.
—No obstante, puedo responderte: estáis hechos de boj o tal vez de alcornoque, al menos la cabeza.
—Ahora, te sientes crecido y desbarras.
La humanidad, en general, acepta que una convivencia ordenada exige normas y que las normas imponen límites.
—Y, además, filósofo.
—Hoy, Bartolo, me pregunto —borriquito delante— y te pregunto por el extraño mecanismo que debe ponerse en marcha en el alma del ser humano para que se sienta empujado a transgredir la norma, a verse seducido por lo prohibido.
—Afloja, Manoliño.
—Acabo de cruzarme con una web que recoge cientos de fotografías tomadas en lugares en los que está prohibido realizarlas, desde la Capilla Sixtina hasta el Prado, pasando por el Louvre, Westminster, el Guggenheim neoyorquino…
—Por favor, ¡no sigas! El seducido soy yo. ¡Enlázame!
—¿De qué pasta estás hecho? ¿De qué madera está tallado el ser humano?
—¿Amaneciste con la metáfora puesta? ¡Céntrate, bonito!
—Tienes razón, Bartolo.
—No obstante, puedo responderte: estáis hechos de boj o tal vez de alcornoque, al menos la cabeza.
—Ahora, te sientes crecido y desbarras.
La humanidad, en general, acepta que una convivencia ordenada exige normas y que las normas imponen límites.
—Y, además, filósofo.
—Hoy, Bartolo, me pregunto —borriquito delante— y te pregunto por el extraño mecanismo que debe ponerse en marcha en el alma del ser humano para que se sienta empujado a transgredir la norma, a verse seducido por lo prohibido.
—Afloja, Manoliño.
—Acabo de cruzarme con una web que recoge cientos de fotografías tomadas en lugares en los que está prohibido realizarlas, desde la Capilla Sixtina hasta el Prado, pasando por el Louvre, Westminster, el Guggenheim neoyorquino…
—Por favor, ¡no sigas! El seducido soy yo. ¡Enlázame!
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