Mi querido Bartolo:
—¡Qué serio, Manoliño!
—¿Cómo quieres que me sienta después del paréntesis de Navidad?
—¡Quéjate!
—No me quejo, pero…
Me reengancho a la rutina, pero antes quisiera llevar a cabo este ejercicio de disciplina que me impuse con la llegada del nuevo año.
—¿A qué podríamos referirnos hoy, Tolico?
—Así es cómo me gusta verte, Manoliño: cariñoso conmigo, percibiendo que me necesitas... Y no voy a defraudarte. Hoy podríamos ocuparnos de Pérez-Reverte.
—Modales, amigo, que no sois colegas, que yo sepa.
Don Arturo atesora en su devenir un episodio que lo iguala con Valle-Inclán. A don Ramón, en momentos difíciles, le ofrece trabajo Manuel Bueno —¡qué desgracia de bastonazo!—, y el autor declinó el ofrecimiento porque aspiraba a dedicarse a crear. A don Arturo, un pope de la comunicación le ofreció hace unos años colaborar en su programa, un programa radiofónico de gran audiencia, y el autor declinó también el contrato porque tal responsabilidad le distraería de su objetivo creador.
Hoy, Arturo Pérez-Reverte demostró su capacidad creadora y, además de hombre de letras, es un respetado pensador. Antonio, nuestro amigo y antiguo director, nos hace llegar en formato doc una de las últimas colaboraciones periodísticas del novelista, una reflexión en la que analiza a degüello la educación que practicamos en España desde hace tres décadas.
—¿Te apetece releer el artículo, Tolico? Lo localicé en internet y no tienes más que pinchar en su título: “Permitidme tutearos, imbéciles”.
—¡Qué serio, Manoliño!
—¿Cómo quieres que me sienta después del paréntesis de Navidad?
—¡Quéjate!
—No me quejo, pero…
Me reengancho a la rutina, pero antes quisiera llevar a cabo este ejercicio de disciplina que me impuse con la llegada del nuevo año.
—¿A qué podríamos referirnos hoy, Tolico?
—Así es cómo me gusta verte, Manoliño: cariñoso conmigo, percibiendo que me necesitas... Y no voy a defraudarte. Hoy podríamos ocuparnos de Pérez-Reverte.
—Modales, amigo, que no sois colegas, que yo sepa.
Don Arturo atesora en su devenir un episodio que lo iguala con Valle-Inclán. A don Ramón, en momentos difíciles, le ofrece trabajo Manuel Bueno —¡qué desgracia de bastonazo!—, y el autor declinó el ofrecimiento porque aspiraba a dedicarse a crear. A don Arturo, un pope de la comunicación le ofreció hace unos años colaborar en su programa, un programa radiofónico de gran audiencia, y el autor declinó también el contrato porque tal responsabilidad le distraería de su objetivo creador.
Hoy, Arturo Pérez-Reverte demostró su capacidad creadora y, además de hombre de letras, es un respetado pensador. Antonio, nuestro amigo y antiguo director, nos hace llegar en formato doc una de las últimas colaboraciones periodísticas del novelista, una reflexión en la que analiza a degüello la educación que practicamos en España desde hace tres décadas.
—¿Te apetece releer el artículo, Tolico? Lo localicé en internet y no tienes más que pinchar en su título: “Permitidme tutearos, imbéciles”.
2 comentarios:
El artículo de Pérez-Reverte no tiene desperdicio. La educación que debemos dar a nuestros hijos, junto a la recibida por parte de sus profesores, es fundamental para el saber y la cultura que parece que se está perdiendo, y no soy tan mayor, soy un padre de recién cumplidos los 30, y sólo en pocos años... buf! lo que ha cambiado esto de la educación. ¿Qué podemos hacer individualmente?, lo que intentemos, y lo que intenten los profesores, ¿valdrá para paliar las deficiencias generales en este pais, y me atrevo a decir, en el mundo?. Gracias Sr. Ríos por su maravillosa página, hoy entré y estoy enganchado y fascinado. Un "ratillo" en internet, vale más la pena si lo vemos en su nueva página. Jorge García.
¡Hola Tolico! ¿Leíste el artículo que te sugiere Manuel? Una vez más, la selección de temas que planteais es muy buena y los enlaces, estupendos.
Yo también estoy de acuerdo con Pérez-Reverte (aunque la forma de éste es bastante agresiva, la verdad es que el asunto lo merece). Durante 20 años he visto como la convivencia en las aulas se deterioraba poco a poco sin que nadie hiciera nada y con ella, los niveles bajaban y nadie movía un dedo;¡Ay de aquella primera reforma del 86 defendida por los bobos de buena fé, donde un padre podía hacer pasar a su hijo de curso aunque le hubieran quedado seis asignaturas porque los "conocimientos y capacidades habrían de alcanzarse al final del ciclo" (Y si no se alcanzaban, al final se daban por alcanzados casi siempre)("hay que hacer una enseñanza individualizada y plegarse el nivel del alumno", se nos decía)... y el niño, con un nivel bajísimo - contra todo pronóstico - pasaba al Bachillerato, donde recomenzaba un ciclo perverso, pues estaba mal visto suspender a demasiados alumnos (seguro que era cosa del profe que era muy duro)y el nivel se rebajaba nuevamente....
La palabra "autoridad" sonaba políticamente incorrecta y en clase era preferible ser un profesor amable, condescendiente y chachi que un profe estricto. Eran los alumnos los que insistían en tutear a sus profesores y esperaban cierto trato de compadre. Algunos, por falta de experiencia y para evitar problemas entraron por este aro y se fueron creando problemas mayores a largo plazo.
Aquellos políticos y pedagogos de los 80 (entre los que recuerdo a Alvaro Marchessi) con mucha teoría sobre el papel y poco sentido práctico para aplicar en el aula, nos hicieron un mal favor a todos
Y aquí estamos, hablando y hablando del tema sin que nadie se atreva a dar un golpe en la mesa y poner las cosas en su sitio, después de haber enseñado a los alumnos que la ley del mínimo esfuerzo funciona estupendamente y de que son intocables hagan lo que hagan.
Publicar un comentario