Querido Bartolo:
En el silencio de la madrugada, el viejo reloj de pared inunda el cuarto de trabajo con su perenne tic-tac. No puedo evitar que te sientas confundido: te embarco en esta aventura sin que sepas por qué escribo (¿vanidad, narcisismo...?), niego el libre albedrío y desconoces en torno a qué asuntos vamos a reflexionar. ¡No temas! Escribiremos acerca de esto y de aquello, y nos referiremos a lo divino y a lo humano, a lo que ocupa la cabeza del ciudadano en la ducha y a lo que comentamos en el café de media mañana o de media tarde, con la excepción de lo relativo a religión y a política, casi como si perteneciésemos a la carrera diplomática. Cervantes, el autor del título más editado después de La Biblia —¡qué pena para los gestores de derechos de autor que la obra pertenezca al dominio público!— no consiguió recibir más que satisfacciones virtuales de su pluma, con lo que, de él abajo, ¿a qué podemos aspirar los demás?
—¿A qué aspiras, pues, Manoliño?
Al amanecer, tu pregunta, Tolico, inunda la estancia. La respuesta, permítemelo, la tomo prestada del saber del maestro Azorín: "...nuestro vivir [...] es un combate inacabable, sin premio, por ideales que no veremos realizados..."
En el silencio de la madrugada, el viejo reloj de pared inunda el cuarto de trabajo con su perenne tic-tac. No puedo evitar que te sientas confundido: te embarco en esta aventura sin que sepas por qué escribo (¿vanidad, narcisismo...?), niego el libre albedrío y desconoces en torno a qué asuntos vamos a reflexionar. ¡No temas! Escribiremos acerca de esto y de aquello, y nos referiremos a lo divino y a lo humano, a lo que ocupa la cabeza del ciudadano en la ducha y a lo que comentamos en el café de media mañana o de media tarde, con la excepción de lo relativo a religión y a política, casi como si perteneciésemos a la carrera diplomática. Cervantes, el autor del título más editado después de La Biblia —¡qué pena para los gestores de derechos de autor que la obra pertenezca al dominio público!— no consiguió recibir más que satisfacciones virtuales de su pluma, con lo que, de él abajo, ¿a qué podemos aspirar los demás?
—¿A qué aspiras, pues, Manoliño?
Al amanecer, tu pregunta, Tolico, inunda la estancia. La respuesta, permítemelo, la tomo prestada del saber del maestro Azorín: "...nuestro vivir [...] es un combate inacabable, sin premio, por ideales que no veremos realizados..."
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