—Querido Bartolo...
—¡Querido Manoliño!
—¡Qué poco me agrada el tono, colega! ¿Qué lees con tanto interés?
—Algo que tú deberías no sólo leer, sino estudiar. Leo la columna de este mes de Muñoz Molina en Muy Interesante.
—¿Estudiar?
—¡Estudiar, Manoliño, estudiar! Analiza la técnica de Antonio…
—¿Sois troncos?
—Tómalo a coña si quieres, pero no dejes de observar con qué tino selecciona el tema de sus artículos el maestro: mes a mes resultan atractivos, enganchan, te llevan de la mano y dejan en ti ese punto que te obliga a reflexionar, y lo mejor, te provocan el deseo de seguir leyéndole, y para ello habrás de aguardar al siguiente número de la revista, nada más y nada menos que un mes.
—¿Qué asunto afronta don Antonio?
—Las obras de arte que los genios son capaces de crear aun en condiciones extremas de salud.
—Bartolo, ¿quién crea la obra de arte, el genio o el hombre?
—No me confundas, Manoliño. La obra la crea el genio que el artista lleva dentro.
—Dejo aquí la diatriba, Tolico, porque hace unos días ya nos hemos referido al artesano, al oficio, al talento y a los artistas y genios, y no quiero mantener una permanente discusión contigo. Recuerda que Cela hacía votos para que la inspiración le encontrase trabajando. Sin dedicación y sin pasión no puede existir obra, y mucho menos existirá obra de arte.
—No quieres entenderme y terminaré por prescindir de ti, colega.
—¡Vamos, Tolico, que nuestras diferencias de criterio son sin intención! Muñoz Molina seguro que menciona a Beethoven.
—Efectivamente. Resulta increíble pensar que la Novena Sinfonía pueda ser compuesta por un sordo o el Réquiem por un moribundo.
—¿Y a quién cita además?
—Se explaya con Monet. Yo ignoraba que, en los años previos a 1923, era un genio casi ciego, víctima de cataratas, que pintaba guiado por la etiqueta de los botes de pintura, por el oficio y por el talento.
—A los genios que menciona Muñoz Molina, añadamos nosotros el caso de Renoir que, siendo viejo y víctima de una severa artritis en las manos, no renunció a seguir pintando; pedía que le ataran los pinceles a la mano y así logró las últimas obras. Para terminar, pon la guinda, Tolico, que no quisiera dar lugar a impresiones equívocas.
—Termina diciendo el maestro que “El verdadero talento saca provecho de las limitaciones igual que de las ventajas”.
P.D.: Bartolo, que en el fondo es un tímido irredento, me pide que le diga a Jorge que echará en falta el punto que Google Analytics nos sitúa a diario en La Coruña, que si pudiésemos vernos estará encantado de saludarle y de descubrirle secretos de Manoliño, que la campaña se pasará en seguida y que, si se tercia, estaría dispuesto a acompañarle aunque sea en calidad de polizón.
—¡Querido Manoliño!
—¡Qué poco me agrada el tono, colega! ¿Qué lees con tanto interés?
—Algo que tú deberías no sólo leer, sino estudiar. Leo la columna de este mes de Muñoz Molina en Muy Interesante.
—¿Estudiar?
—¡Estudiar, Manoliño, estudiar! Analiza la técnica de Antonio…
—¿Sois troncos?
—Tómalo a coña si quieres, pero no dejes de observar con qué tino selecciona el tema de sus artículos el maestro: mes a mes resultan atractivos, enganchan, te llevan de la mano y dejan en ti ese punto que te obliga a reflexionar, y lo mejor, te provocan el deseo de seguir leyéndole, y para ello habrás de aguardar al siguiente número de la revista, nada más y nada menos que un mes.
—¿Qué asunto afronta don Antonio?
—Las obras de arte que los genios son capaces de crear aun en condiciones extremas de salud.
—Bartolo, ¿quién crea la obra de arte, el genio o el hombre?
—No me confundas, Manoliño. La obra la crea el genio que el artista lleva dentro.
—Dejo aquí la diatriba, Tolico, porque hace unos días ya nos hemos referido al artesano, al oficio, al talento y a los artistas y genios, y no quiero mantener una permanente discusión contigo. Recuerda que Cela hacía votos para que la inspiración le encontrase trabajando. Sin dedicación y sin pasión no puede existir obra, y mucho menos existirá obra de arte.
—No quieres entenderme y terminaré por prescindir de ti, colega.
—¡Vamos, Tolico, que nuestras diferencias de criterio son sin intención! Muñoz Molina seguro que menciona a Beethoven.
—Efectivamente. Resulta increíble pensar que la Novena Sinfonía pueda ser compuesta por un sordo o el Réquiem por un moribundo.
—¿Y a quién cita además?
—Se explaya con Monet. Yo ignoraba que, en los años previos a 1923, era un genio casi ciego, víctima de cataratas, que pintaba guiado por la etiqueta de los botes de pintura, por el oficio y por el talento.
—A los genios que menciona Muñoz Molina, añadamos nosotros el caso de Renoir que, siendo viejo y víctima de una severa artritis en las manos, no renunció a seguir pintando; pedía que le ataran los pinceles a la mano y así logró las últimas obras. Para terminar, pon la guinda, Tolico, que no quisiera dar lugar a impresiones equívocas.
—Termina diciendo el maestro que “El verdadero talento saca provecho de las limitaciones igual que de las ventajas”.
P.D.: Bartolo, que en el fondo es un tímido irredento, me pide que le diga a Jorge que echará en falta el punto que Google Analytics nos sitúa a diario en La Coruña, que si pudiésemos vernos estará encantado de saludarle y de descubrirle secretos de Manoliño, que la campaña se pasará en seguida y que, si se tercia, estaría dispuesto a acompañarle aunque sea en calidad de polizón.
2 comentarios:
Mi pequeño tesoro se halla escondido entre el monte y el valle que hay en mi ombligo.
¡Tengo tantas razones para quererte! una atada a mi espalda,
la otra a mi suerte, y las que quedan, son tu sonrisa, tu ternura y otras delicias.
Tolico no te enfades, a ti también te quiero, escribes cosas
muy interesantes y nos pones las pilas ¡viva Tolico! ¡arriba tu colega! ¡Esto va viento en popa!
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