—Querido Bartolo: Hace unos años, fuimos anfitriones de un joven inglés de Bury St Edmunds. ¿Te acuerdas de John? Establecimos con él un calendario que le permitiera divertirse de acuerdo con su edad a la vez que visitaba y conocía Madrid. Resultó obligada la visita al Parque de Atracciones. Al poco de adentrarnos en la Casa de Campo, el espectáculo de meretrices semidesnudas en busca de clientela resultaba penoso y bochornoso. No menos sorprendente nos pareció que el adolescente británico conociera que aquélla era nuestra realidad madrileña y esperaba ansioso el confirmarla.
—¿Y de qué te escandalizas, Manoliño? ¿En qué mundo habitas?
—Leo, con tanta curiosidad como la de John en el recorrido por la Casa de Campo, que el Gobierno británico estudia la conveniencia de aplicar una serie de medidas que limiten la industria del sexo. De ellas, destaco como posibles: tipificar como delito el pago por servicios sexuales, bloquear los números de teléfono de las prostitutas que se anuncien en prensa, y que los periódicos locales publiquen los nombres de los usuarios de tales servicios.
—¿Puedo saber adónde quieres llegar, colega?
—A que las autoridades británicas, conscientes —sin duda— de que no podrán erradicar el oficio más viejo del orbe, intentan atajarlo, mientras que nuestros representantes madrileños —convencidos, también sin duda, de su impotencia para hacerle frente— prefieren utilizarlo como arma arrojadiza de unos contra otros.
—¿Y de qué te escandalizas, Manoliño? ¿En qué mundo habitas?
—Leo, con tanta curiosidad como la de John en el recorrido por la Casa de Campo, que el Gobierno británico estudia la conveniencia de aplicar una serie de medidas que limiten la industria del sexo. De ellas, destaco como posibles: tipificar como delito el pago por servicios sexuales, bloquear los números de teléfono de las prostitutas que se anuncien en prensa, y que los periódicos locales publiquen los nombres de los usuarios de tales servicios.
—¿Puedo saber adónde quieres llegar, colega?
—A que las autoridades británicas, conscientes —sin duda— de que no podrán erradicar el oficio más viejo del orbe, intentan atajarlo, mientras que nuestros representantes madrileños —convencidos, también sin duda, de su impotencia para hacerle frente— prefieren utilizarlo como arma arrojadiza de unos contra otros.
2 comentarios:
Sr. Ríos, el tema que trata hoy es un asunto escabroso para todos los países y ciudades
de Europa y de todos los rincones del mundo, lo primero que habría que hacer para que este problema pueda disminuir que no desaparecer, es perseguir y eliminar a los traficantes del sexo, que son los mismos y los mismos intereses a otro tráfico que todos conocemos y que a los padres tanto nos quita el sueño, las drogas, idéntico problema. Solo hay que perseguirlo de verdad y afrontarlo de lleno, algo que para la mayoría de representantes de los gobiernos del mundo parece ser secundario.
Una vez más, amigo Anónimo, hace Vd. diana. Ser padre y no preocuparse por el riesgo de la droga sería una inconsciencia. Y tendríamos que preguntarnos y nos preguntamos en qué galaxia mora "la mayoría de representantes de los gobiernos del mundo".
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