—Querido Manoliño…
—¿Otra vez? ¿Por qué te lanzas a iniciar la entrada? ¿Me percibes con el tono bajo, quieres ganar todavía más terreno, provocarme…? Deja que comience yo.
—Empieza si eso hace que te sientas mejor. Espero que ahora me digas que te hice perder el hilo y que te cuesta atinar. Acepta que tienes unos cuantos temas entre manos a los que hincar el diente y quisieras afrontar el de la jubilación de la silla eléctrica en Nebraska, y no sabes cómo sin perder la compostura. No quieres reconocer que la estrella del blog soy yo y no me dejas intervenir; así que, afróntalo como mejor te lo permitan tus entendederas.
—¡Qué malandrín, colega! ¿Qué esperas que escriba? ¿Que soy tan iluso como para pensar que todo el mundo es bueno y que sobran códigos, jueces y sentencias? La humanidad descubrió hace miles de años el error de ese principio y, desde entonces, busca desesperadamente la manera más sensata de encararlo. Ya son historia dos soluciones extremas: la ley de Talión y el bíblico ofrecer la otra mejilla. Y, entre una y otra, la sociedad y el sistema —por delegación de aquélla— seguirán buscando por toda la eternidad ese punto G que resarza suficientemente a la víctima y que contemple la recuperación social del miembro descarriado. ¿Qué tal?
—Confieso con asombro que no suena mal… si fueras un político en campaña. ¿Lo eres?
—Ya termino, Tolico, y hasta donde soy capaz de llegar es a desear feliz jubilación a la silla eléctrica.
—¿Otra vez? ¿Por qué te lanzas a iniciar la entrada? ¿Me percibes con el tono bajo, quieres ganar todavía más terreno, provocarme…? Deja que comience yo.
—Empieza si eso hace que te sientas mejor. Espero que ahora me digas que te hice perder el hilo y que te cuesta atinar. Acepta que tienes unos cuantos temas entre manos a los que hincar el diente y quisieras afrontar el de la jubilación de la silla eléctrica en Nebraska, y no sabes cómo sin perder la compostura. No quieres reconocer que la estrella del blog soy yo y no me dejas intervenir; así que, afróntalo como mejor te lo permitan tus entendederas.
—¡Qué malandrín, colega! ¿Qué esperas que escriba? ¿Que soy tan iluso como para pensar que todo el mundo es bueno y que sobran códigos, jueces y sentencias? La humanidad descubrió hace miles de años el error de ese principio y, desde entonces, busca desesperadamente la manera más sensata de encararlo. Ya son historia dos soluciones extremas: la ley de Talión y el bíblico ofrecer la otra mejilla. Y, entre una y otra, la sociedad y el sistema —por delegación de aquélla— seguirán buscando por toda la eternidad ese punto G que resarza suficientemente a la víctima y que contemple la recuperación social del miembro descarriado. ¿Qué tal?
—Confieso con asombro que no suena mal… si fueras un político en campaña. ¿Lo eres?
—Ya termino, Tolico, y hasta donde soy capaz de llegar es a desear feliz jubilación a la silla eléctrica.
2 comentarios:
No estoy en absoluto a favor de la silla eléctrica, ni mucho menos del sufrimiento inútil de las personas, pero si tengo que elegir, prefiero que sufran los que indiscriminadamente han hecho algo en sus vidas para que otros sufran de por vida. No me gusta oír que se desterra la silla eléctrica por el sufrimiento que produce, la razón debería ser que hoy en día hay otros métodos más eficaces. Que se utilice un método u otro significa que en la sociedad algo ha fallado para llegar al extremo de que alguien sufra dolor por haberlo infringido a otros.
Manoliño, por más que yo le aconsejo, sigue metiéndose en camisas de once varas y, aunque a veces ejerce de gallego y ni siquiera yo estoy seguro de si sube o baja, si relee la entrada convendrá conmigo en que los dos mantienen visiones parejas. Palabra de Tolico.
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