—En mi próxima vida, Manoliño, yo querría ser taxista.
—¿Taxista, Tolico? Es la primera vez que te escucho referirte a tal deseo.
—¿Te imaginas divertirte a la vez que trabajas?
—¡Envidiable! Trabajar en lo que a uno le gusta es una bendición al alcance de pocos mortales. Pero, ¿te has parado a pensar en la vida del profesional del taxi? Necesita de un respetable capital que le permita adquirir la licencia y el vehículo; luego, interminables jornadas de trabajo, el ignorar a quién traslada y adónde, con lo que supone de riesgo, especialmente por la noche, que deben de vivirse muchos sustos con los atracos, y no quiero ni pensar en un homicidio, que también se producen. ¡Quita, quita!
—Nómbrame una profesión, Manoliño, en la que las jornadas no resulten eternas y en la que no se corran riesgos. La verdad es que debería haber concretado un poco más mi pretensión: en realidad, yo querría ser taxista en la Terminal 4 de Barajas.
—¡Vaya concreción! Ahora, me confundes del todo. Tendrás una razón seria.
—Es que los taxistas de la Terminal 4 de Barajas se pasan muchas horas aguardando a realizar un servicio y, en ese tiempo de espera, duermen la siesta, hacen deporte, pintan, juegan al mus…
—Las largas esperas son otro inconveniente. En verdad que mi confusión no deja de acrecentarse, Tolico. Tú, realmente, ¿quieres ser taxista o dedicar tu tiempo a esos otros entretenimientos?
—Yo quiero ser taxista para poder cultivar el huerto de ajos que los profesionales del volante han establecido en las medianas separadoras de la Terminal 4.
—¿Taxista, Tolico? Es la primera vez que te escucho referirte a tal deseo.
—¿Te imaginas divertirte a la vez que trabajas?
—¡Envidiable! Trabajar en lo que a uno le gusta es una bendición al alcance de pocos mortales. Pero, ¿te has parado a pensar en la vida del profesional del taxi? Necesita de un respetable capital que le permita adquirir la licencia y el vehículo; luego, interminables jornadas de trabajo, el ignorar a quién traslada y adónde, con lo que supone de riesgo, especialmente por la noche, que deben de vivirse muchos sustos con los atracos, y no quiero ni pensar en un homicidio, que también se producen. ¡Quita, quita!
—Nómbrame una profesión, Manoliño, en la que las jornadas no resulten eternas y en la que no se corran riesgos. La verdad es que debería haber concretado un poco más mi pretensión: en realidad, yo querría ser taxista en la Terminal 4 de Barajas.
—¡Vaya concreción! Ahora, me confundes del todo. Tendrás una razón seria.
—Es que los taxistas de la Terminal 4 de Barajas se pasan muchas horas aguardando a realizar un servicio y, en ese tiempo de espera, duermen la siesta, hacen deporte, pintan, juegan al mus…
—Las largas esperas son otro inconveniente. En verdad que mi confusión no deja de acrecentarse, Tolico. Tú, realmente, ¿quieres ser taxista o dedicar tu tiempo a esos otros entretenimientos?
—Yo quiero ser taxista para poder cultivar el huerto de ajos que los profesionales del volante han establecido en las medianas separadoras de la Terminal 4.
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