—¿Qué te parece, Tolico, si adquiriéramos una e-sepultura?
—Déjame que me asegure de que estoy despierto. ¿Una e-sepultura? ¿Qué es eso?
—Una tumba con vistas.
—¡Manoliño, Manoliño! Cualquier día consigues sacarme de mis casillas. ¿Una sepultura? ¿Es que todavía no te has dado cuenta de que la tónica hoy pasa por la incineración? ¡Una tumba con vistas! Pero, ¿para qué necesita vistas un muerto si se consumirá encerrado? ¡Qué pena!
—Verás: de este modo, cuanto tú mueras…
—¡Alto, alto ahí! ¿Qué es eso de cuando yo muera? Has de saber que estoy tocando madera desde que iniciaste conversación así de estimulante, y ten la seguridad de que me precederás en semejante viaje. ¡Habrase visto! Pero, suéltalo de una vez para que, cuando te llegue el momento, yo ponga en marcha tu última voluntad.
—Una empresa japonesa de lápidas se ha renovado e incorpora en sus tumbas conexión a teléfonos móviles…
—Manoliño, ¿recuerdas cuando Valle-Inclán se asombra ante la tapia del cementerio? El autor, por más que reflexiona, no entiende la razón de su existencia: los que están dentro ya no pueden salir, y los que todavía nos encontramos fuera no tenemos el menor interés en entrar. Luego…
—Bartolo, en cuanto me descuido, me enredas; así que, lee tú mismo la información.
—Y te digo más, Manoliño: si yo tuviese que elegir, valoraría pedir reposar en Finisterre.
—Déjame que me asegure de que estoy despierto. ¿Una e-sepultura? ¿Qué es eso?
—Una tumba con vistas.
—¡Manoliño, Manoliño! Cualquier día consigues sacarme de mis casillas. ¿Una sepultura? ¿Es que todavía no te has dado cuenta de que la tónica hoy pasa por la incineración? ¡Una tumba con vistas! Pero, ¿para qué necesita vistas un muerto si se consumirá encerrado? ¡Qué pena!
—Verás: de este modo, cuanto tú mueras…
—¡Alto, alto ahí! ¿Qué es eso de cuando yo muera? Has de saber que estoy tocando madera desde que iniciaste conversación así de estimulante, y ten la seguridad de que me precederás en semejante viaje. ¡Habrase visto! Pero, suéltalo de una vez para que, cuando te llegue el momento, yo ponga en marcha tu última voluntad.
—Una empresa japonesa de lápidas se ha renovado e incorpora en sus tumbas conexión a teléfonos móviles…
—Manoliño, ¿recuerdas cuando Valle-Inclán se asombra ante la tapia del cementerio? El autor, por más que reflexiona, no entiende la razón de su existencia: los que están dentro ya no pueden salir, y los que todavía nos encontramos fuera no tenemos el menor interés en entrar. Luego…
—Bartolo, en cuanto me descuido, me enredas; así que, lee tú mismo la información.
—Y te digo más, Manoliño: si yo tuviese que elegir, valoraría pedir reposar en Finisterre.
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