—No puedo creerlo, Manoliño.
—Ni yo, Tolico. ¿Qué habrán hecho esos 26 tripulantes del atunero secuestrado para verse envueltos en semejante pesadilla? No sólo han de luchar con el dolor de la separación de sus familias, ni con la hostilidad y el riesgo de la madre sin sueño, ni con la esperanza de una pesca incierta, sino que vuelven —volvemos— a los tiempos de Drake.
—Igual que hace cientos de años, piratas profesionales dotados hoy de lanchas rápidas y lanzagranadas siembran el terror en la mar.
—Y yo me pregunto, Tolico: ¿De verdad vivimos en el siglo XXI? ¿Para qué sirve tanto satélite y tanto GPS? ¿Para qué gastamos lo que gastamos en mantener la OTAN? ¿Y eso del escudo no sé qué?...
—Calla, calla, que pareces un político haciendo oposición, Manoliño. Llámame lo que quieras, pero no te quepa duda de que en cuanto colgasen de la verga del palo mayor a una de esas pandas, la mar océana recuperaba la paz.
—Ni yo, Tolico. ¿Qué habrán hecho esos 26 tripulantes del atunero secuestrado para verse envueltos en semejante pesadilla? No sólo han de luchar con el dolor de la separación de sus familias, ni con la hostilidad y el riesgo de la madre sin sueño, ni con la esperanza de una pesca incierta, sino que vuelven —volvemos— a los tiempos de Drake.
—Igual que hace cientos de años, piratas profesionales dotados hoy de lanchas rápidas y lanzagranadas siembran el terror en la mar.
—Y yo me pregunto, Tolico: ¿De verdad vivimos en el siglo XXI? ¿Para qué sirve tanto satélite y tanto GPS? ¿Para qué gastamos lo que gastamos en mantener la OTAN? ¿Y eso del escudo no sé qué?...
—Calla, calla, que pareces un político haciendo oposición, Manoliño. Llámame lo que quieras, pero no te quepa duda de que en cuanto colgasen de la verga del palo mayor a una de esas pandas, la mar océana recuperaba la paz.
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