—¡Qué contento estoy, Manoliño!
—¡Albricias! Entonces, ¿tendremos un post relajado?
—Eso depende de ti, de lo pelusa que te pongas cuando te dé la nueva.
—Suéltala, que ansío conocerla.
—¿Quién es la estrella del blog? No me lo digas y déjame que sea yo quien te responda. El alma de Manólogos… es Tolico. Y, si no, pregúntaselo a Google, que es la verdadera autoridad en esta cuestión.
—No entiendo nada, Bartolo.
—No me extraña. ¡Qué pena! Te lo explicaré pasito a pasito: entras a Google, en el cajetín de búsqueda escribes Tolico y aprietas la tecla Enter. ¿Me sigues? Un instante después, Google te devuelve una pantalla en la que te informará de que encontró no sé qué barbaridad de miles de entradas con mi nombre. ¿Y adivinas cuál es la primera?
—Lógicamente, Manólogos…
—Y, lo más importante, lo he conseguido yo solito.
—¿Probaste a preguntar a Google por tu colega Manoliño?
—No me pongas en ese brete, que temo hacerte daño: ¡no apareces hasta la tercera pantalla! Ponte las pilas, haz que le dé el aire a ese cabezón y toma una decisión inteligente: invítame a comer y ya verás cómo se me ocurrirá alguna estratagema para que Google te tome en consideración.
—¿A comer? ¿Me estás chantajeando?
—A degustar unas ostras en Cambados, Manoliño.
—¿Ostras y en Cambados? Y, ¿qué tal si las riegas con un buen albariño?
—¡Excelente elección, colega!
—¿Necesitas, acaso, acrecentar tu líbido?
—Como es un hecho que estoy en racha, espero conseguir unas perlas naturales, que si aguardo un regalo tuyo…
—¡Albricias! Entonces, ¿tendremos un post relajado?
—Eso depende de ti, de lo pelusa que te pongas cuando te dé la nueva.
—Suéltala, que ansío conocerla.
—¿Quién es la estrella del blog? No me lo digas y déjame que sea yo quien te responda. El alma de Manólogos… es Tolico. Y, si no, pregúntaselo a Google, que es la verdadera autoridad en esta cuestión.
—No entiendo nada, Bartolo.
—No me extraña. ¡Qué pena! Te lo explicaré pasito a pasito: entras a Google, en el cajetín de búsqueda escribes Tolico y aprietas la tecla Enter. ¿Me sigues? Un instante después, Google te devuelve una pantalla en la que te informará de que encontró no sé qué barbaridad de miles de entradas con mi nombre. ¿Y adivinas cuál es la primera?
—Lógicamente, Manólogos…
—Y, lo más importante, lo he conseguido yo solito.
—¿Probaste a preguntar a Google por tu colega Manoliño?
—No me pongas en ese brete, que temo hacerte daño: ¡no apareces hasta la tercera pantalla! Ponte las pilas, haz que le dé el aire a ese cabezón y toma una decisión inteligente: invítame a comer y ya verás cómo se me ocurrirá alguna estratagema para que Google te tome en consideración.
—¿A comer? ¿Me estás chantajeando?
—A degustar unas ostras en Cambados, Manoliño.
—¿Ostras y en Cambados? Y, ¿qué tal si las riegas con un buen albariño?
—¡Excelente elección, colega!
—¿Necesitas, acaso, acrecentar tu líbido?
—Como es un hecho que estoy en racha, espero conseguir unas perlas naturales, que si aguardo un regalo tuyo…
No hay comentarios:
Publicar un comentario