Ayer incluimos el manifiesto en contra del préstamo de pago en bibliotecas de José Luis Sampedro. Debo reconocer mi debilidad por el autor. Mi amiga Encarna gestionó hace unos años que un centro de educación de personas adultas del norte de este Madrid capitalino de nuestros pecados lleve su nombre, y la generosa invitación de la impulsora me hizo disfrutar del acto bautismal, un acto sencillo pero emotivo en el que el maestro volvió a incidir en la importancia histórica de las fronteras.
Continuando con nuestro planteamiento de dedicar las entradas de fin de semana a antología, releí el discurso de ingreso del Sr. Sampedro en la Real Academia Española. De esa lectura entresaqué estas citas:
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Es fácil comprobarlo sin salir de aquí. Los muros de esta sala, ¿qué son sino fronteras separándonos de la calle y de la ciudad?
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¡cuántas fronteras cruzándose y entrecruzándose para diferenciarnos por la edad, el sexo, las actividades, los gustos y tantas otras cualificaciones!
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Pues las fronteras, por muy altas que sean las murallas chinas, nunca impiden ignorar lo existente más allá, ni envolverlo en la indiferencia
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tan vital es conservar como cambiar
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sin dinero no es posible elegir nada
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Lo esencial del capitalismo no está en que utilice el mercado mucho más que el plan. Lo fundamental es su creencia de que, gracias a la competencia privada, cuanto más egoístamente se comporte cada individuo, tanto más contribuirá al progreso colectivo. Por tanto, es deseable que cada uno aumente al máximo su beneficio a costa de quien sea y a partir de esa creencia se pasa insensiblemente a pensar también que en la vida sólo importa lo que produce ganancia monetaria. Así se desprestigian todas las actitudes cuyos móviles no sean los económicos; es decir, lo que no se cotiza en el mercado no tiene valor.
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Visto desde mi frontera, el resultado es hoy un mundo con medios técnicos suficientes para alimentar a todos, pero en cuya mitad sur persiste injustamente el hambre.
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Los pueblos del sur se saben más débiles, pero ya no se resignan. Recurren a todos los medios y como la demografía les multiplica emigran como pueden a los países adelantados: no de otro modo acabaron los antiguos romanos descubriendo que los llamados «bárbaros» ya les habían invadido.
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Vulnerar el secreto orden del mundo acarrea la aniquilación del culpable, como ha sucedido siempre con las altas torres que despreciaron al aire.
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el amor forzado no es amor
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no cabe amor sin libertad ni auténtica libertad sin amor
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la muerte no es lo contrario del vivir, sino el horizonte que lo confirma
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Si conscientemente dejamos a la muerte que nos acompañe, hace milagroso cada instante, retoca voluptuosamente el irrecuperable pasado, hace incierto el futuro y así más deseable. No es enemiga, sino amiga, quien nos salva de la decrepitud; pero esta civilización no lo entiende y escamotea la presencia de la muerte en nuestro escenario social.
[…]
no se procura alcanzar la iluminación, sino sentir el latigazo del deslumbramiento. Se busca el estrépito, lo aparatoso, los focos publicitarios; no el silencio, lo auténtico, ni el resplandor tranquilo de la lámpara.
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Lo importante, sea en el centro o en la frontera, es ser lo que se es con dignidad, entendiendo la dignidad ajena. Unos y otros tenemos nuestras razones y motivos.
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¿O quizás en el fondo la humildad tiene también su orgullo?
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me sosiega saber que mis venideros pasos hacia mi última frontera los daré en vuestra compañía y al amparo de vuestro saber.
[…]”
¡Sabrosas! ¿Y si las leyeras en su contexto? Desde aquí, tienes acceso al discurso completo.
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