—Era yo niño…
—¡Otra batallita! Pero, ¡qué habré hecho yo, Señor, para merecer tal castigo!
—Bartolo, y te digo Bartolo y no Tolico, después de la espantada del fin de semana, lo primero que debieras hacer es pedir disculpas, y lo segundo, ¡depón tu actitud!
—¡Chincha, Manoliño! Negaste el libre albedrío en una de las primeras entradas en enero: ¿por qué no la relees? Pues bien, ignoro si soy libre, pero me siento libre y eso es lo que cuenta, y entraré a mi blog —no olvides que se llama Manólogos con Bartolo— cuando me plazca. ¿Algo que objetar?
—Insisto, era yo niño cuando las campanas de la iglesia de una de las parroquias del municipio, como si enloqueciesen, comenzaron a tocar a rebato. Los vecinos salieron a la calle angustiados y se encontraron con la noticia de que, en virtud de una concesión administrativa, una empresa pretendía robar el pan de sus hijos: nada más y nada menos que estaba vallando la playa, entonces fuente inagotable de berberecho y almeja. Y cual si se tratase de un nuevo Fuenteovejuna, todos a una, impidieron la privatización de un bien común y público desde toda la eternidad.
—¡Ególatra!
—Y es que, la campana ha sido en la Galicia rural el primer y único medio de difusión hasta hace nada de tiempo: informó de los nacimientos, anunciaba el comienzo de la jornada, proclamaba el mediodía…
—¡Como si tu padre o tu suegro necesitasen de la campana para saber que el Sol se hallaba en lo alto!
—Anunciaba el final de la jornada de trabajo al atardecer, informaba del fallecimiento de un miembro de la comunidad, diferenciando si se trataba de mujer o de varón…
—Debo pensar que se haya quedado vacante alguna plaza de sacristán y Manoliño aspira a ocuparla. De lo contrario, no entiendo este ensayo en torno a las campanas de su municipio.
—Bartolo: las campanas de mi municipio no las hace sonar el sacristán —desde aquí, un fuerte abrazo a Jaime, mi admirado sacristán al que ya me referí—, sino un artilugio electro-mecánico que no se desvía un instante salvo que falte el suministro eléctrico, y que no se equivoca salvo que el operador pulse la tecla equivocada: la responsabilidad sigue siendo del ser humano.
—¿Y de qué va hoy la entrada, colega? ¿De campanas?
—De las campanas de Asados, Tolico, amigo.
—¡Tolico, amigo! ¡Cómo me encanta! Si ya me lo sé. Me hago el interesante, me hago de rogar y Manoliño se vuelve tonto. ¡Qué pena, Señor! ¿Qué quieres que te pregunte, colega?
—¡Habráse visto! Amigo lector, disculpa a Bartolo, accede a la información y valora.
—¡Y valora! Manoliño, ¿y cuándo esperas a cambiar la pila al reloj del pasillo, que me desvelo por las noches aguardando a que dé las horas y nada?
—¡Otra batallita! Pero, ¡qué habré hecho yo, Señor, para merecer tal castigo!
—Bartolo, y te digo Bartolo y no Tolico, después de la espantada del fin de semana, lo primero que debieras hacer es pedir disculpas, y lo segundo, ¡depón tu actitud!
—¡Chincha, Manoliño! Negaste el libre albedrío en una de las primeras entradas en enero: ¿por qué no la relees? Pues bien, ignoro si soy libre, pero me siento libre y eso es lo que cuenta, y entraré a mi blog —no olvides que se llama Manólogos con Bartolo— cuando me plazca. ¿Algo que objetar?
—Insisto, era yo niño cuando las campanas de la iglesia de una de las parroquias del municipio, como si enloqueciesen, comenzaron a tocar a rebato. Los vecinos salieron a la calle angustiados y se encontraron con la noticia de que, en virtud de una concesión administrativa, una empresa pretendía robar el pan de sus hijos: nada más y nada menos que estaba vallando la playa, entonces fuente inagotable de berberecho y almeja. Y cual si se tratase de un nuevo Fuenteovejuna, todos a una, impidieron la privatización de un bien común y público desde toda la eternidad.
—¡Ególatra!
—Y es que, la campana ha sido en la Galicia rural el primer y único medio de difusión hasta hace nada de tiempo: informó de los nacimientos, anunciaba el comienzo de la jornada, proclamaba el mediodía…
—¡Como si tu padre o tu suegro necesitasen de la campana para saber que el Sol se hallaba en lo alto!
—Anunciaba el final de la jornada de trabajo al atardecer, informaba del fallecimiento de un miembro de la comunidad, diferenciando si se trataba de mujer o de varón…
—Debo pensar que se haya quedado vacante alguna plaza de sacristán y Manoliño aspira a ocuparla. De lo contrario, no entiendo este ensayo en torno a las campanas de su municipio.
—Bartolo: las campanas de mi municipio no las hace sonar el sacristán —desde aquí, un fuerte abrazo a Jaime, mi admirado sacristán al que ya me referí—, sino un artilugio electro-mecánico que no se desvía un instante salvo que falte el suministro eléctrico, y que no se equivoca salvo que el operador pulse la tecla equivocada: la responsabilidad sigue siendo del ser humano.
—¿Y de qué va hoy la entrada, colega? ¿De campanas?
—De las campanas de Asados, Tolico, amigo.
—¡Tolico, amigo! ¡Cómo me encanta! Si ya me lo sé. Me hago el interesante, me hago de rogar y Manoliño se vuelve tonto. ¡Qué pena, Señor! ¿Qué quieres que te pregunte, colega?
—¡Habráse visto! Amigo lector, disculpa a Bartolo, accede a la información y valora.
—¡Y valora! Manoliño, ¿y cuándo esperas a cambiar la pila al reloj del pasillo, que me desvelo por las noches aguardando a que dé las horas y nada?
2 comentarios:
Felicidades por el post número 100! Y esto es solo el principio! Como pasa el tiempo...
Mucho amor desde Polonia.
Mucho amor para mi gato polaco.
Las dos personas que no necesitaban de reloj ni de campanas para saber en que hora vivían, estoy segura de que en este momento, están al día y siguen este grandioso blog desde el Olimpo de los dioses y se pasean, presumiendo, uno diciendo: Es mi yerno, y tengo un nieto que ¡Viva el padre que le empitilló! Y el otro: Es mi fillo y no hay “manolito” en paseo ni plaza del mundo más grande que él.
¡Brindo por ese post nº 100!
Olivo.
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