
—Querido Bartolo: a unos ochenta metros de la madrileña plaza de Manuel Becerra, en la acera de la derecha en dirección a Goya, a la altura del concesionario de vehículos y en la primera planta, el curioso —¡qué bien se expresa el maestro en tercera persona!— puede deleitarse con la placa que reproducimos. Desde este lugar, don Camilo se dirigió a pie a la estación de Atocha camino de la Alcarria. De ese fragmento de la obra, entresaco estas líneas:
“El viajero, una hora antes de la salida del tren, baja las escaleras de su casa. Antes, se ha ido a despedir de su niño pequeño, que duerme, tumbado boca abajo, como un cachorro, porque tiene calor.
[…]
El viajero, dándole vueltas a la cabeza, va por las tapias del Retiro, llegando a la Puerta de Alcalá. Ve muy claro todo lo que piensa, y un poco confuso, quizá, todo lo que ve. El día fuerza por levantarse, cauto, desconfiado, sobre los cables más altos, sobre las últimas azoteas de la ciudad, mientras los gorriones recién despiertos chillan, en los árboles del parque, como condenados. En el parque también, sobre la yerba, la república de los gatos cimarrones, dos docenas de gatos sin fortuna, sin amo, dos docenas de gatos grises, malditos, sarnosos; de gatos que, sin un sitio al lado de ningún hogar encendido, deambulan en silencio, como aburridos presos sin esperanza o enfermos incurables, dejados de la mano de Dios.”
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