—Mi querido Tolico…
—La noticia, Manoliño, te ha llegado al alma.
—Estoy persuadido, Bartolo, de que, por mucha empatía que un ser humano desarrolle, no es posible conocer la intensidad del dolor a quien no haya vivido el mismo calvario.
—Si estaré de acuerdo contigo que no tengo ni fuerzas para gratificarte con unas collejas.
—No hace muchos años, Tolico, una abuela del rural gallego que había tenido un problema de alumbramiento con uno de sus hijos, al recibir la noticia del nacimiento de su primer nieto, preguntó: “¿Pódese ver?”; quería asegurarse de que la criatura era normal. Imagino que el entorno social del área de Bolivia en que se produce la noticia sea semejante al de la Galicia de la aldea de hace unos decenios. Supongo, por tanto, cuál habrá sido la tribulación de la familia cuando recogió al “bebé sirena”.
—¡Qué pena la posible causa de la malformación!
—Ya sabes, Bartolo, que el ser humano carece de verdadero valor para el sistema: somos, sencillamente, un diente de esa gigantesca y deshumanizada maquinaria que mantiene el mundo en permanente movimiento.
—No es extraño imaginar los fantasmas que rondarán la cabeza de ese padre.
—Y lo que seguramente resulte más grave, Tolico: decida lo que decida, si la evolución de la criatura no es la deseable, para el resto de su vida cargará sobre su conciencia con el lastre de pensar que equivocó la decisión.
—La noticia, Manoliño, te ha llegado al alma.
—Estoy persuadido, Bartolo, de que, por mucha empatía que un ser humano desarrolle, no es posible conocer la intensidad del dolor a quien no haya vivido el mismo calvario.
—Si estaré de acuerdo contigo que no tengo ni fuerzas para gratificarte con unas collejas.
—No hace muchos años, Tolico, una abuela del rural gallego que había tenido un problema de alumbramiento con uno de sus hijos, al recibir la noticia del nacimiento de su primer nieto, preguntó: “¿Pódese ver?”; quería asegurarse de que la criatura era normal. Imagino que el entorno social del área de Bolivia en que se produce la noticia sea semejante al de la Galicia de la aldea de hace unos decenios. Supongo, por tanto, cuál habrá sido la tribulación de la familia cuando recogió al “bebé sirena”.
—¡Qué pena la posible causa de la malformación!
—Ya sabes, Bartolo, que el ser humano carece de verdadero valor para el sistema: somos, sencillamente, un diente de esa gigantesca y deshumanizada maquinaria que mantiene el mundo en permanente movimiento.
—No es extraño imaginar los fantasmas que rondarán la cabeza de ese padre.
—Y lo que seguramente resulte más grave, Tolico: decida lo que decida, si la evolución de la criatura no es la deseable, para el resto de su vida cargará sobre su conciencia con el lastre de pensar que equivocó la decisión.
P.D.: Unas palabritas a Lali y Asi en el comentario de ayer.
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