—¿Crees, Bartolo, que tú debieras heredar a tu abuelo?
—No existiendo ya mi padre, como es el caso desgraciadamente, por supuesto.
—Pero, ¿sabes que el heredero acepta no sólo derechos, sino también obligaciones?
—No me enredes, Manoliño, que eres un liante. Yo, como heredero, derechos.
—Pon atención, Tolico: hace cien años, un ciudadano del norte de la India efectuó una denuncia. Después de una larguísima deliberación, el consejo local estimó falsa aquella acusación y falló castigando al nieto del denunciante.
—¡Júrame que no fumaste, Manoliño!
—Relájate, colega. Voy con el otro extremo: un ciudadano, conduciendo sin carné un vehículo sin asegurar, atropella mortalmente a un peatón, se da a la fuga omitiendo el deber de socorro y coloca el marrón a un hermano menor de edad…
—No te pases, Manoliño: ¿de verdad que no fumaste?
—Prosigo: puesto en claro tal cúmulo de desatinos, la Justicia condena al figura a tres años de cárcel y a una indemnización económica; a los diez meses de encierro, el condenado comienza a disfrutar de permisos; y a los catorce, goza del tercer grado.
—Si me juras que no fumaste, Manoliño, tendré que pensar que una y otra justicias —y pronuncio el término con minúscula— están desafinadas.
—No existiendo ya mi padre, como es el caso desgraciadamente, por supuesto.
—Pero, ¿sabes que el heredero acepta no sólo derechos, sino también obligaciones?
—No me enredes, Manoliño, que eres un liante. Yo, como heredero, derechos.
—Pon atención, Tolico: hace cien años, un ciudadano del norte de la India efectuó una denuncia. Después de una larguísima deliberación, el consejo local estimó falsa aquella acusación y falló castigando al nieto del denunciante.
—¡Júrame que no fumaste, Manoliño!
—Relájate, colega. Voy con el otro extremo: un ciudadano, conduciendo sin carné un vehículo sin asegurar, atropella mortalmente a un peatón, se da a la fuga omitiendo el deber de socorro y coloca el marrón a un hermano menor de edad…
—No te pases, Manoliño: ¿de verdad que no fumaste?
—Prosigo: puesto en claro tal cúmulo de desatinos, la Justicia condena al figura a tres años de cárcel y a una indemnización económica; a los diez meses de encierro, el condenado comienza a disfrutar de permisos; y a los catorce, goza del tercer grado.
—Si me juras que no fumaste, Manoliño, tendré que pensar que una y otra justicias —y pronuncio el término con minúscula— están desafinadas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario