sábado, 15 de marzo de 2008

Galileo, encumbrado

—Manoliño, Manoliño, este título no me gusta nada: a ver si nos documentamos.
—Aclárate, Bartolo.
—¿Acaso pretendes descubrir a Galileo a estas alturas de la vida?
—¿Descubrir yo a Galileo? ¿Es que existe alguien a quien resulte novedoso ese nombre? Además, a Galileo le rehabilitó Juan Pablo II hace quince años, cuando se cumplían 350 de su muerte.
—Pues empieza por ahí, colega. Por cierto, ¿por qué nos ocupamos hoy de este toca-narices?
—¡Bartolo! ¿Qué pretendes?
—¿Qué pretendo? Sigue los trabajos de Copérnico y, en lugar de ser consecuente, se achanta…
—¡Pues no tenía acoquine Copérnico, que guardó diez años en el cajón el manuscrito que contenía su descubrimiento!
—Insisto, se achanta y murmura aquello de “y sin embargo, se mueve”. ¡No y no! Tenía que haberse dejado quemar en la hoguera.
—¡Iconoclasta! ¡Loco! Shakespeare llama hereje a quien enciende la hoguera. ¿Quieres pasar a la Historia por tal? ¿Qué habría adelantado Galileo? ¿Hubiera mejorado el género humano de algún modo? Hay días que no te reconozco, Tolico. Por favor, relájate leyendo la noticia que da lugar a esta entrada y reflexiona en torno a estos principios del señor Galilei:

"Las matemáticas son el alfabeto con el cual Dios ha escrito el universo".

"No me siento obligado a creer que un Dios que nos ha dotado de inteligencia, sentido común y raciocinio, tuviera como objetivo privarnos de su uso".

"Mide lo que sea medible y haz medible lo que no lo sea".

"En lo tocante a ciencia, la autoridad de un millar no es superior al humilde razonamiento de un hombre".

"La mayor sabiduría que existe es conocerse a uno mismo".

"No se puede enseñar nada a un hombre; sólo se le puede ayudar a encontrar la respuesta dentro de sí mismo".

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