—Querido Bartolo…
—Me gusta más cuando me dices “Mi querido Tolico”.
—Mi querido Tolico…
—Querido Manoliño: vayamos directos al tema del día, para que no tengas la disculpa de que se nos agota el espacio.
—Vayamos, pues. Tú, Bartolo, ¿cómo medirías una longitud?
—No te vi fumar, colega; reconozco que mi cabeza es pequeña, pero bien armada y en verdad que no vislumbro a qué juegas.
—Y el grado de progreso y de modernidad que alcanza un país, ¿cómo lo medirías?
—Vaya preguntita…
—Te lo planteo de otro modo: la educación, ¿podría ser un indicador que ayudase en esa discriminación?
—Seguro, Manoliño.
—¿Sabes, Tolico, cuántos ciudadanos analfabetos declara el Estado de Georgia? Nada más y nada menos que cero.
—¡Cero patatero! ¡Increíble! Un país como Estados Unidos, líder en investigación y ciencia…
—Reconoce siete millones de analfabetos absolutos.
—¿Siete millones, Manoliño? ¡Más increíble todavía! Pero, la UNESCO habla también de analfabetismo funcional.
—¡Cómo estás de enterado, Tolico! Efectivamente, para ese Organismo, analfabeto funcional es la persona incapaz de entender textos de dificultad media o incapaz de completar un formulario, y americanos en esas condiciones se contabilizan treinta millones.
—¿Y qué hace el sistema para remediar situación así de penosa?
—Los niños ven la televisión unas cuatro horas diarias —nada que no conozcamos—, los docentes huyen del tajo a otros sectores profesionales menos borrascosos, el Sr. Bush intenta que para 2014 los americanitos “sean competentes en lectura, matemáticas y ciencias”, no faltan Estados que gratifiquen a los profesores en función de los objetivos conseguidos, y el alcalde de Nueva York premia económicamente a padres y alumnos en función de la regularidad en la asistencia a clase.
—Considerando que acabamos importando todo lo malo, ¡vaya panorama que nos aguarda!
—¿Crees acaso, Bartolo, que nos encontramos tan lejos?
—Me gusta más cuando me dices “Mi querido Tolico”.
—Mi querido Tolico…
—Querido Manoliño: vayamos directos al tema del día, para que no tengas la disculpa de que se nos agota el espacio.
—Vayamos, pues. Tú, Bartolo, ¿cómo medirías una longitud?
—No te vi fumar, colega; reconozco que mi cabeza es pequeña, pero bien armada y en verdad que no vislumbro a qué juegas.
—Y el grado de progreso y de modernidad que alcanza un país, ¿cómo lo medirías?
—Vaya preguntita…
—Te lo planteo de otro modo: la educación, ¿podría ser un indicador que ayudase en esa discriminación?
—Seguro, Manoliño.
—¿Sabes, Tolico, cuántos ciudadanos analfabetos declara el Estado de Georgia? Nada más y nada menos que cero.
—¡Cero patatero! ¡Increíble! Un país como Estados Unidos, líder en investigación y ciencia…
—Reconoce siete millones de analfabetos absolutos.
—¿Siete millones, Manoliño? ¡Más increíble todavía! Pero, la UNESCO habla también de analfabetismo funcional.
—¡Cómo estás de enterado, Tolico! Efectivamente, para ese Organismo, analfabeto funcional es la persona incapaz de entender textos de dificultad media o incapaz de completar un formulario, y americanos en esas condiciones se contabilizan treinta millones.
—¿Y qué hace el sistema para remediar situación así de penosa?
—Los niños ven la televisión unas cuatro horas diarias —nada que no conozcamos—, los docentes huyen del tajo a otros sectores profesionales menos borrascosos, el Sr. Bush intenta que para 2014 los americanitos “sean competentes en lectura, matemáticas y ciencias”, no faltan Estados que gratifiquen a los profesores en función de los objetivos conseguidos, y el alcalde de Nueva York premia económicamente a padres y alumnos en función de la regularidad en la asistencia a clase.
—Considerando que acabamos importando todo lo malo, ¡vaya panorama que nos aguarda!
—¿Crees acaso, Bartolo, que nos encontramos tan lejos?
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